Contundencia, poder y amor: la Fiesta Vaga llegó a la ciudad

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Lo que pasa siempre al caminar por el Abasto cordobés, es eso de detectar la confluencia de estéticas que cambian abruptamente cuando cruzás de una vereda a la otra. Esa noche por Abasto 44 nos hicimos lugar entre adolescentes punk(ies) de medias rasgadas y cabellos azules, el puesto de “Habemus Choris” que despedía humo blanco, un grupito de señoras esperando bailar música disco y algunos metaleros. Un par de cuadras más arriba está el lugar de destino: Captain Blue XL, el elegido para la Fiesta Vaga, una fecha compartida entre Onda Vaga y Flor de Mambo, proyecto musical del cual forma parte German Cohen, uno de los vagos.

El lugar estalla de gente mientras el Dj Tucu-Tucu ameniza el ambiente desde las bandejas, explorando los múltiples matices de la cumbia. Los cuerpos dan los primeros movimientos de la noche, se contornean lento y piden más.

Pasada la medianoche el escenario se iluminó completamente de violeta, dando lugar para que los Onda Vaga se apropien de las tablas y la luz: el gran reencuentro con el público cordobés. La bienvenida se tradujo en un maremoto de gente abalanzándose hacia el escenario, con una violencia casi acogedora: visceral pero llena de pasión. Nacho Rodríguez, Marcos Orellana, Tomás Gaggero, Marcelo Blanco, Germán Cohen y compañía respondían a ese amor, “siempre es un placer volver a Córdoba y estar con ustedes”

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Fotos: Agostina Orlandi

El repertorio elegido por la banda condensó los siete años de trabajo que supieron crear ese sonido tan característico y familiar del que nunca podés cansarte ni aburrirte; y eso, quizás se deba, a la imposibilidad de ponerlos bajo un género estático en el que encajen, en un compartimento estanco. Los Onda Vaga demuestran, una y otra vez, que en la música siempre se puede mutar: ser unos y ser otros a la vez. La apuesta a la fórmula del ensamble entre lo vocal e instrumental, cada vez más madura y ecléctica, no hace más que crecer y consolidarse, sin que esto signifique la pérdida de la frescura o espontaneidad, sino todo lo contrario.

El show arrancó con Vaguisenial, dejando el disparo de los decibeles para cuando sonó Mambeado, a estas alturas, un himno. Continuaron con el repaso por su último disco, Magma Elemental: Tataralí sonó para purgar, con danzas y cantos “todo lo que me hace mal”; en Como un Niño los brazos se agitaban en el aire y en la encantadora Revolución dejó de importar el calor del lugar, el sudor o la sed. Para cuando tocaron A la mierda, todo el lugar cantaba casi catárticamente: “a veces tengo ganas de mandar todo a la mierda/ pero nunca/ me dejen solo”. Parecía que aquella noche, entre las guitarras y el vibrar de las cuerdas, todo estaba dispuesto para que nadie quedara solo. Por supuesto estuvieron presentes los clásicos Te quiero, Parque, Sequía de amor, La Ronda, Continente de Perlas, Jovens, Ir al Baile y su ya clásica versión de ¿Cómo qué no? de Gustavo Pena, El Príncipe. Contundencia, poder y amor.

Mientras la gente pedía La Pipa de la Paz, Marcos desde el cajón peruano, preguntaba a los gritos “¿seguimos arriba o tocamos una más lenta?”. Y como no podía ser de otra manera, los muchachos decidieron seguir arriba con el acuartetado Cuadradito. Y quizás no haya lugar en el mundo donde se baile mejor esa canción que acá, con agite, sabiendo de qué se trata. Las notas lentas llegaron más tarde con Rayada: coros sentidos y miles de abrazos en un movimiento acompasado. Continuaron con Cartagena y no faltó el baile de Tomás, moviéndose con gracia y talento, como un Ian Curtis latino. El gran momento, el punto álgido, fue con En Cueros, cuando la fiesta se resumió en delirio puro y nadie quería que terminara. El bis anunciando que esta vez “es la última posta, posta” fue con El Experimento, un momento en que el suelo tembló bajo nuestros pies ante los saltos salvajes y dio el cierre tremendo de un encuentro necesario.

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Fotos: Agostina Orlandi

Hacia el final del show, Germán pedía persistencia para seguir la fiesta con Flor de Mambo, que se presentaba por primera vez en Córdoba. Dos cumbias después subieron al escenario agradeciendo a quienes se quedaron, para después shockearnos, aun sin parar el movimiento entre saxos, trombón, trompetas, percusión y piano. El calor, los pañuelos en la cabeza, los vasos plásticos desmayados en el piso y crujiendo a cada pisada. “Somos una banda de mambo, ¿saben bailar el mambo?” desafiaron al público cordobés que a pleno ritmo demostraba que por estas latitudes sí que nos movemos. Y cómo.

Desde el primer tema que rezaba “que baile esa niña entonces/que baile esa niña ahora/que mueva Lupita ahora”, todas las Lupitas del lugar gozaron con los pies, destrabando las caderas, fundiéndose con la música. Siguieron con El Ruletero (“¡libre-taxi-libre-taxi-Palestina-libre!”) y El Camaleón. Hubo aplausos de complicidad antes de tocar Politécnico con dedicatoria a los que luchan por una mejor educación en México. El jolgorio había alcanzado su estado culmine: por el lugar podían verse, al menos, tres trencitos distintos y autoconvocados, agarrando a cualquiera que se interpusiera en su camino. El mareo era tal que no se notaba el extraño viaje espacio-temporal al que se estábamos asistiendo: México, Cuba y Palestina, entre los años 50 y hoy. Una noche digna de un cuento de Washington Cucurto.

El público enrojeció sus palmas a puro aplauso, satisfecho luego de un show intenso, que Córdoba no vivía hace mucho tiempo. Un buen viaje en el que no quedó sin explorar ningún rincón del mundo, especialmente nuestra América. Siguió la noche, la cumbia, la conga, cuerpos vibrantes, henchidos de fernet, cubiertos de transpiración, una flaca de blanco bailando como posesa, el piso sucio, un par de besos por ahí.

Captain Blue, Onda Vaga, Flor de Mambo: contundencia, poder y amor. Relatos de un fiestón que, desde el momento en el que se bajó el telón, ya estamos esperando que vuelva.

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