De niños y viejos: Lucas Aguirre

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Había un hombre seguro de sí mismo que funcionaba mecánicamente. Era soberbio y ordenaba el mundo con rigurosidad. Se lo llamó el Hombre Ilustrado y fue el arquetipo de la modernidad. Para Lucas Aguirre, ese hombre quedó reducido a siglos de tradición. Hay un nuevo paradigma de hombre, uno caótico, curioso y cambiante. Su arquetipo es el adolescente conflictuado y no hay nada aberrante en ello, inclusive para Aguirre es una contradicción hermosa, porque aún a los 50 años, el conflicto perdura, manteniendo intensa la creación. El impulso animal, por un lado, y el adulto sin serlo, por otro.

Presente impredecible que lleva a Aguirre a entender su obra con una palabra clave: encuentro. Mientras le hago la entrevista me comenta que ejercita la escritura automática y esa palabra aparece sistemáticamente, como un tic. El encuentro de opuestos, la fagocitación, el choque, organizan su creación. En retratos, pinturas abstractas, cómics y caricaturas, Lucas Aguirre deja constancia de un ensamblaje ansioso, un yo hecho con capas de Photoshop. “El pensamiento es imparable, un oleaje furioso que el artista cristaliza en ámbar; me siento varios pedazos que deben acomodarse a lo largo del día, todo se reduce a encontrar el estado cambiante de las cosas, lo cambiante de mi cabeza a lo largo del día”.

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Cuando observo uno de sus cuadros me paraliza una sensación de sinergia. Cada línea está en movimiento y ejecuta trazos veloces que parecen escapar de su límite físico. Aguirre muchas veces compone sabiendo que sus diagonales arman un equilibrio inestable. Congela una porción de tiempo cinético. Un buen ejemplo son esos conejitos saltarines que se desintegran entre millones de colores. O los ciervos, o los alces, o los animales hechos con sumatoria de animales, mimetizándose con rocas, troncos y glaciares. La naturaleza de Lucas Aguirre es curiosa, remite a una genética delirante que desdibuja las fronteras entre flora y fauna.

Le pregunté si tenía presente que estaba creando una mitología con arte rupestre y ciencia ficción. Su respuesta fue jungiana: “Una mitología… Puede ser. Supongo que es porque lo que parece de un pasado ancestral está misteriosamente conectado con un futuro cercano”.

Me sorprende que reconozca la epilepsia de nuestra era multimediática y disponga de la serenidad conceptual para explicarla. Pero tampoco hay que idealizarlo: Aguirre no es un extraterrestre ni una entidad celestial. “Si no tengo un momento de meditación al día soy víctima del enjambre informático. Me afecta emocionalmente, y mucho. Hay tanto afuera que es fácil apabullarse. Hace falta practicar la tranquilidad, darse un momento para organizar todo lo que te entra en el cuerpo”.

Una casa con dos habitantes

Siento que la poética de la metamorfosis caracteriza a Lucas Aguirre. Su obra transita la explosión cromática y el monocromatismo, el retrato naturalista y la caricatura, la velocidad y el estatismo. Esta confluencia de estados o situaciones también coordina con su comprensión del mundo. “Categorizar el caos”; “jugar distinguiendo lo serio”, son algunas frases que Lucas Aguirre dispara durante la entrevista. El desorden es reconocido y reafirmado. Si vivimos en una era contradictoria, Lucas Aguirre descubre allí un campo fértil. Siente la urgencia de ir al encuentro de polaridades. Opuestos que jamás podrán sintetizarse con ataques de gravedad o indignación. El arte no puede aspirar a soluciones finales; es necesaria la mirada desprejuiciada de un niño.

El aspecto lúdico es algo presente en muchos de sus cuadros. Por momentos apela al tono fabuloso y macabro de los hermanos Grimm, pero también hay algo lúdico desde lo formal, descomponiendo el naturalismo con la incorporación de elementos incoherentes, raros o caprichosos. Formas aleatorias que destrozan la legibilidad convencional del cuadro. “La energía del juego es primordial –me explica–, porque empezás estableciendo algunas reglas pero sobre la marcha las vas cambiando y no sabés nunca adónde terminás”.

Cuando me mostró obras en proceso entendí a qué se refería: estábamos en el taller y me señaló el boceto de un cuerpo humano. De pronto me dijo que esa mano ya no iría. Tomó otro pedazo de pintura y lo superpuso, confiándome que si le encontraba la vuelta, esas dos pinturas se harían una.

El abuso del color, inclusive en obras de aparente calma cromática, es otro de los rasgos que me intrigan. Quiero saber si primero compone y luego decide con qué colores le dará cuerpo a la silueta, o si se trata de una simbiosis. “Hay imágenes que se generan en mi cabeza y los colores acaban determinando el contenido. Pero quisiera entenderlo como la letra y música de una canción”. Con esta respuesta le pregunté si musicalizaba sus horas de trabajo: “Depende del proyecto. Me ayudan los audiolibros, dejar que una voz me cuente o explique algo de manera monótona. Y cuando necesito trabajar con colores, ahí soy cuidadoso para musicalizar. La música está viva, llena de texturas y tonalidades”.

Lucas Aguirre no parece atado a prejuicios. Habla claro, coherente, simple. Ninguna pregunta le incomoda, no impone condiciones, no proyecta sombras de artista atormentado. Le da igual si un académico encasilla su obra en alguna corriente, son las reglas del juego. “Para mí la forma sólida de pararse ante una obra es pararse sin interpretarla en una primera instancia. Ver la obra sin pensar en la obra. Después, por supuesto, se mezcla lo analítico con lo sentimental y uno pone nombres, categoriza, define. Creo que está bien, es algo que debe pasar”.

Aguirre tampoco pretende domesticar sus impulsos. Salta del cómic chillón al retrato depresivo sin traicionarse. Extrema fidelidad emocional. En su cabeza hay una casa con dos habitantes: un niño travieso y amoral junto a un viejo somnoliento y resignado. Ambos conviven en paz, son la misma persona en diferentes tiempos y un mismo espacio. De esa fusión nace el arquetipo de adolescente conflictuado, un ser que no deja nunca de cambiar y encontrarse. 

¿De qué signo zodiacal es tu obra? De Géminis, como yo.

¿Qué dirán los alienígenias cuando encuentren tu obra? No sé, pero van a entender más cosas de las que entiendo yo.

¿En un mundo paralelo, qué hace Lucas Aguirre? Tiene una verdulería o un vivero.

¿Qué le agregás al mundo si Dios te cede el trono por un día? Comprensión y toleración.

¿Qué emoción guía tu obra? El descubrimiento. Ese algo que estar por pasar.

¿A qué artista contemporáneo te gustaría retratar? Qué pregunta complicada. Si retrato a alguien estoy hablando de esa persona en concreto y se interpone con lo que quiero decir. Me gusta buscar climas en las personas. Primero hay una emoción y después busco a la persona que afianza esas emociones.

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