La artista porteña Elisa Insua presentó su muestra Escaleras al cielo en Plataforma, espacio que propone un desafío para el artista desde su concepción como site specific: se busca jugar con él y que éste intervenga cada rincón con su obra.
La pieza, en este caso, es una reinterpretación de Stairway to heaven de Led Zeppelin, canción que Elisa escuchaba mucho y hace cinco años, casi sin pensarlo, bocetó la idea, “unas escaleras hacia el cielo, como el camino que recorre uno hasta llegar a su cielo, cómo queremos llegar y de qué forma”. Posteriormente, mientras trabajaba con temas relacionados al poder, decidió hacer la escalera que lleva a la nube pero resignificando la idea original, “el concepto es representar el asenso social, empieza desde la pobreza hacia el consumo masivo y hacia el lujo, es como una parodia del sueño americano”.
La pieza principal de la muestra está compuesta por una escalera completamente recubierta con diferentes tipos de objetos como tapas de botellas, botones, juguetes, lápices, entre otros montones de cositas, que llega a una nube dorada y brillante forrada por artículos como monedas, relojes, cadenas, joyas. En el inferior de la escalera se destaca el color marrón que pretende representar la pobreza y a medida que asciende se llena de color y vibración, lo cual alude al consumismo, hasta llegar a la nube que simboliza el lujo y la opulencia.
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Elisa trata de hablar del poder y todas sus variantes, fue así que comenzó reinterpretando a próceres, héroes e ídolos populares. Luego trabajó con el poder económico, “todo lo dorado habla un poco de eso, de las diferentes búsquedas de poder”. Pero no todo es poder en su obra, sino que también hay un intento de reflejar la cultura pop y la cultura de masa, asegurando que lo que la atrae de ellas es el afán por acumular, “¿por qué una persona se arma una colección de arte?, ¿por qué se rodea de ciertos muebles y ropa? ¿Por qué todo lo que uno consume para definirse?, ¿por qué tengo este teléfono y qué está diciendo de mi?”. Ella cree que el fenómeno del capitalismo está relacionado directamente con estos planteos y toma, casi sin querer queriendo, un papel protagónico en sus obras.
¿Con qué afán? “es como una crítica, pero me critico a mí misma, porque yo también soy parte de ese sistema”. Elisa cuenta que en un momento fue una niña fanática de Britney Spears. Su objetivo era coleccionar toda la discografía para poder dársela en forma de herencia y bien preciado a sus hijos; pero él se evaporó cuando Britney apareció pelada agitando un paraguas. En ese momento se dio cuenta qué significaba el capitalismo para ella.
Personalmente Elisa es como su obra, impactante y llena de color; tiene el pelo de color naranja cobrizo y se viste con piezas únicas, llenas de textura, estampadas, coloridas. Habla muy convencida y acompaña lo que dice con la gesticulación de sus manos. Nació en enero del noventa y creció en la época de la pizza y el champagne. Su mamá es profesora de inglés/ama de casa y su padre, arquitecto. Fue gracias a él que comenzó a absorber arte desde muy chiquita. A los dos años se pasaba horas y horas llenando hojas enteras de tramas con puntitos, cuasi obsesivamente y la materia que la deleitó durante el secundario fue arte. En quinto año del colegio ya creaba pequeños mundos de color y textura con constancia y sin embargo, cuando terminó, decidió estudiar Economía Empresarial. Ahora, ya son tres años en los que se dedica exclusivamente a sus obras.
Al preguntarle qué momentos de contacto con el arte quedaron marcados en su retina, me confiesa: “tengo un recuerdo fuerte de haber ido al MALBA y haber visto la obra de Antonio Berni, ver como trabajaba con los materiales y eso me inspiró un montón”, otro momento de explosión mental fue cuando asistió a una muestra de Dalí en el Centro Cultural Borges en Buenos Aires a los doce.
La artista trabaja con una técnica denominada mixed media: reutiliza todo tipo de objetos y materiales para llevar a cabo sus obras que varían constantemente en cuanto a los formatos y tamaños. Podemos encontrar desde una escultura de un cono de helado que mide dos metros llamada La gran tentación, recubierta de papeles de golosinas, joyas y bijouterie, autos de juguete, labios de cotillón, lencería, fichas de casino, billetes de diferentes países, etiquetas de ropa, etc. Hasta un cuadro que es un retrato de Ricardo Fort repleto de envolturas de golosinas, muñecos, lapiceras, lentes de sol, entre otros. En cualquiera de las obras se pueden divisar las obsesiones de Elisa: los colores y formas. “Tenía una época en que jugaba mucho al Tetris, entonces todo lo que veía, lo trataba de encastrar de cierta forma y creo que mi obra tiene algo de eso, trato de encastrar las cosas y las formas. Cuando era chica ordenaba las compras del supermercado por color, como si fuese un arcoíris.”
La mayoría de las veces sus obras vienen de una especie de inspiración indescifrable y por lo general, sus mejores ideas llegan cuando no las busca. Cuando ya decidió qué materializar, el trabajo conceptual viene a posteriori, “si una idea me entusiasmó, pienso en porqué, qué está diciendo cada cosa, investigo y ahí me largo a hacerla”, buscando siempre la belleza como fin último y esperable.
En cuanto al futuro y sus proyectos, Elisa quiere aumentar la escala y ser más inteligente a la hora de producir. Nos revela que, tal vez, agregue luces y movimiento a sus obras. “Estoy tratando de abrir el campo de juego y hacer cosas un poco más descontracturadas y más libres”. Este año el objetivo está puesto en una exposición individual en una galería en Buenos Aires y cuenta que ahora está haciendo un joystick de seis metros de ancho, dorado, para una plaza, “quiero que esa obra hable un poco del hombre occidental que se relaciona con la tecnología y busca controlarlo todo, y por otro lado, la imposición de ese joystick. El mundo sería la pantalla desde la cual Dios juega a la PlayStation”.
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