Que a más de cincuenta años de su estreno una película continúe siendo tema de conversación, críticas y análisis es un signo bastante claro de que tiene algo. Si después de medio siglo sigue dando lugar a diferentes interpretaciones e impulsando a la crítica a querer desentrañar todo lo que en ella subyace, se hace prácticamente indudable que nos encontramos frente a una obra de arte. El fenómeno de Vértigo, del gran Alfred Hitchcock, tiene un lugar especial en la historia del cine. Habiendo sido recibida con críticas vagas y hasta mayoritariamente negativas en 1958, hoy se consagra como la obra maestra del director y una de las mejores películas de todos los tiempos. ¿Qué tiene Vértigo que logra inmortalizarse de tal manera?
Hitchcock hace honor a su título de maestro del suspenso y entrega todo su talento en una historia precisa y atrapante, que nos mantiene al filo del asiento durante los 120 minutos que dura el filme. La banda sonora tiene un papel esencial en la construcción del clima y el avance de la trama, fundiéndose con imágenes oníricas y psicodélicas que nos llevan dentro de la psique del protagonista para dejarnos llevar por la manera sublime en que el director retrata lo complejo y desordenado de la mente. La culpa, el amor, el pasado, la obsesión. James Stewart y Kim Novak interpretan de forma excelente una historia de amor enfermiza en la que siempre parece dejar algo flotando en el aire.
Obsesión. Vértigo nos muestra un James Stewart perdido entre los fantasmas de su pasado al que de pronto le llega el amor. Un amor fuerte y apasionado, como nunca antes le había sucedido. Un amor en el que parece atisbar una salida: si logra salvar a Madeleine, logra salvarse a sí mismo. Pero Stewart se enamora de una Madeleine inalcanzable; de una fantasía idealizada. Y es allí donde se halla el núcleo de toda obsesión: Stewart no puede olvidar a Novak porque ella no existe más que en su conciencia, porque hay algo en ella que él nunca pudo -ni podrá- poseer, algo que no puede siquiera entender.
Quizás con Vértigo pase algo parecido. Hay algo en el filme que nos llega y nos convoca, nos golpea y nos sacude, pero no sabemos explicar bien de qué se trata. Hay algo mágico que no puede reducirse a palabras pero que está ahí, presente, incrustándose en el espectador cuando la pantalla se vuelve negra y que, podemos estar seguros, permanecerá siempre. Quizás sea ese algo indefinible el algo de Vértigo, el que logra que se siga hablando de ella a 54 años de su estreno, y que con cada nueva mirada se descubran nuevas cosas, intentando desentrañar el misterio que contiene. Roguemos, entonces, que el misterio siga siempre vigente, que no se pueda racionalizar lo indefinible. Es así, Vértigo nos atraviesa. No hace falta entender más.
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