PDF: Las alas sucias del tenis (fragmento)

por Fabián Clementi 

Cuando regresaba a casa después de perder algún partido que “no debía perder”, deseaba que ese colectivo que compartía con mis compañeros de campeonato no frenase nunca, y nos quedásemos jugando a las cartas bajo esa luz brillante que se enciende sobre los asientos de los micros. Siempre fui un tipo introvertido al que le cuesta expresar lo que siente, más aún cuando era niño. Nadie sabía de mi soledad existencial, era como un secreto forzado, un pájaro encerrado en una jaula en una habitación oscura. Una vez perdí con un pibe que entrenaba en mi pueblo, en mi club, y al que le tenía que ganar en los papeles. Así que, cuando llegué y mi madre me abrió la puerta, le conté que había perdido en la final contra el Pitu. Me miró y se puso seria. Yo me senté en silencio y desde la punta de la mesa mi padre me dijo casi a los gritos que cómo iba a perder contra “ése”, que de ahí en más me ganarían todos. Mi hermano también se sumó a los reproches y amenazas y en un momento no aguanté más y empecé a llorar. No podía contener más la angustia. El pájaro se había escapado de la jaula y trataba de volar bajo una lluvia pesada. Mi padre, en un tono burlón, me decía “Mirá… llora”. Y mi hermano se sumaba a la pedrada diciendo: “Llora, el maricón”. Yo sentía que caía sin parar. Así que hacía unas fuerzas tremendas para elevarme de aquel traspié existencial. Al rato, la cosa estaba como si nada. Mi padre se reía y trataba de consolarme y mi madre decía “Bueno… bueno”. La picana había sido usada, y ella pedía que la apaguen. En el club, uno de los profesores me miraba mal, y me decía “Para qué querés seguir rompiéndote el culo, total perdés con cualquiera”. Como habrá sido la descarga que hasta su padre, que era quien mandaba en la escuela de tenis, le decía “Bueno… es sólo un partido”. El viejo también era un hijo de puta. De esos tipos totalmente autoritarios que manejaban la escuela de una manera militar, uno de esos fracasados que se descargaban con los chicos ya que con los adultos le iba mal. Un día le agarró un infarto y lo jubilaron del banco. Igual, tenía condiciones para la enseñanza, conocía de técnica y cómo apretar las clavijas, las tuercas, los voltios. Y tenía resultados, pero sobre todo porque contaba con chicos de grandes condiciones. Entonces íbamos a los campeonatos y ganábamos, traíamos medallas y nos esperaban con el brazo levantado. Pero cuando perdíamos, recibíamos humillaciones. El viejo les pegaba a niños muy pequeños porque hacían chistes inocentes que a él no le gustaban. Nos pegaba cuando no hacíamos las cosas como él quería. Nos humillaba y nos hacía competir entre nosotros para que nos odiáramos y así nos esforcemos para más resultados, más ofrendas para ese Fhürer del pueblo, para ese trastornado que trastornó a sus hijos y que seguramente fue trastornado por sus padres. ¿Y por qué ningún grande decía nada? Porque en San Amadeo la gente es así, de mano dura, llena de gringos del campo y su brutalidad reducida al racismo, la violencia y encima pijoteros. Y a mí me picaneaba más que a ningún otro, ya que mis viejos no tenían plata y yo muchas condiciones. Así que me entregaban como a una ofrenda que debía regresar con más ofrendas, como la esperanza de arrancar del barro existencial a una pareja resignada a la chatura y la mediocridad. Entonces tenía que volar.


Fabián Clementi (San Francisco, Córdoba, 1973)
Actualmente reside en Villa María, Córdoba. Tiene ocho libros publicados. En poesía: Refractario (llantodemudo 2008), Spectrorum (llantodemudo 2009), El salto del dorado (llantodemudo 2010), Despojados de todo cielo (ed. de autor 2013), Como los autos que pasan por la autopista (ed. de autor 2016), Animales en el fuego (Alción 2018). En narrativa: El tendedero de atrás (llantodemudo 2013), Las alas sucias del tenis (llantodemudo 2013), Sets iguales con la nada (Borde Perdido Editora 2017). Es profesor de tenis.


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