Y me mandé al teatro nomás. Te tengo que comentar la posta: el teatro no es lo mío. Lo mío son la música y los libros, y a veces, muy de vez en cuando, las películas. El resto: cháchara.
Pero esta vez hubo algo que me llamó en la obra de la que voy a hablar ahora: nació en un libro. Y no, no me refiero a que viene de un guión, o a que quien la pensó se inspiró en tal o cual escritor, o en tal o cual cuento, o novela. No. Te hablo de la interpretación de un larguísimo capítulo de un libro larguísimo y genial. Fui a ver Molly Bloom, un monólogo teatral que recrea, casi con exactitud, el último capítulo del Ulises, de James Joyce. Sobre el final de su monumental novela el irlandés recorre las divagaciones mentales de Marion Bloom –apodada Molly–, que aquí es representada por la actriz Cristina Banegas.
Así que ya sabés, no fui al teatro a ver una obra de teatro, fui al Cineclub Municipal a ver la recreación de una de las naves más transgresoras y fulgurantes que me crucé en la vida.
Toda esa dureza, todo ese rechazo al teatro por el teatro mismo, quedaron desarmados en un instante.
Te cuento. La sala mayor del Cineclub estaba en penumbras, en el escenario sólo había cuatro reflectores apuntando a un atril rojo, dispuesto sobre una ancha tela de color blanco que nacía en el techo y después de llegar al suelo avanzaba hasta casi el final de las tablas, bien cerca de la primera fila. Ya eso me impactó, porque el vacío en esa escena era lo que menos esperaba. No sé qué esperaba, pero definitivamente no eso. Ni tampoco que Banegas entrara como si nada, y sin que nadie aplaudiera ni que se encendiera ninguna luz comenzara con ese “Sí” histórico del capítulo final joyceano y arremetiera con un soliloquio tan impactante.
Al principio pensé “claaaa… leyendo puede cualquiera”, porque el atril estaba para eso, para que ella leyera el monólogo, pero apenas tres segundos de comenzada la interpretación –adquiere un significado gigante la palabra interpretación–, las palabras de Molly resultaron derrumbantes.
Y no, no me equivoqué de palabra, no son deslumbrantes, porque lo deslumbrante sólo ilumina fugazmente, me suena a destello, en cambio esta mujer –Banegas, su interpretación– y la mujer forjada por Joyce –Molly– pueden derrumbar a cualquiera; derrumbar ideas, obsesiones, mentalidades obtusas de tipos que le huyen al teatro, y también prejucios sociales que deberían desmontarse cuanto antes. Sí, porque aunque Joyce escribió el Ulises allá por los primeros años del siglo veinte, revienta ideales que siguen estando fijos en la sociedad de hoy.
El feminismo reina mientras Molly estira su insomnio recordando amantes y defenestrando a su marido, Leopold Bloom, que duerme a su lado y no imagina todo lo que la seductora Mrs. Bloom hizo a sus espaldas, y menos aún, lo que recuerda en esa duermevela genial.
No sé si te habrás dado cuenta, pero traté de que el meollo de la obra, que lo esencial de su contenido no se trasluciera mucho por acá. Si ya leíste el Ulises, no serviría de nada, y si no lo leíste, tratará de ser una excusa, un gancho para llevarte a ver una hora del mejor teatro, de la mejor literatura del mundo.
Andá, no seas dolobu.
Los cuándos de Molly:
La obra se presentará hoy, mañana y el domingo a las 21:30, siempre en el Cineclub Municipal (bv. San Juan 49 – Córdoba).
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