Inesperado. Así fue el principio. Cuando todos esperaban la banda completa, salió solo. A las 2:06 a.m. se colgó la guitarra y empezó a tocar. Salió solo, como si entregara un manifiesto tácito de la etapa por la cual atraviesa su carrera musical. Abril Sosa, ex Catupecu Machu y ex Cuentos Borgeanos, ancló en Club R el jueves 25/7 para presentar “El Piloto Ciego”, su reciente disco solista.
Pero algo había pasado un rato antes. Las bandas soporte le habían dejado la noche a punto. Primero fue el turno de The Johnsons, quinteto local, que tocó las canciones de su EP homónimo y se despachó con ritmos y melodías bailables, donde las letras bolicheras creaban, en la combinación, una atmósfera de nocturna seducción. Después, llegó el turno del trío Auspris, también cordobeses, que tomaron una veta rockera más tradicional para presentar las canciones explosivas de su EP, y dejar una sensación a dulce pólvora en el paladar del público. Dos bandas que prometen y que en esta noche supieron cumplir.
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Sintonizamos de nuevo con la soledad de Abril Sosa, soledad esfumada en un abrir y cerrar de ojos, cuando Javier Herrlein, Lisandro Olivera y Mariano Albergoli se sumaron para darle vida a la batería, el bajo y la guitarra. Los cuatro unidos supieron tomar la energía sónica cargada por las bandas soporte y llevaron “Estoico”, la primera canción, de la calma a la furia.
Aprovechando la poca concurrencia, el piloto de la noche entendió que ahí había una oportunidad para explotar la intimidad, por eso le pidió al público que se acerque al escenario, mientras él sacaba a relucir sus dotes de frontman, ese que necesitaba la noche, en un divertido ida y vuelta con la gente que, entre canciones, duraría hasta el final del show.
“Caminos”, “Ojos” y “Contando Desde Atrás”, todas de “El Piloto Ciego”, sucedieron al comienzo Borgeano y dejaron bien en claro que la intensidad también tenía intenciones de ser la otra constante.
Constante #3: el apoyo de sus canciones solistas con algunas escalas en el repertorio de Cuentos Borgeanos. Por eso, en la sucesión, sonó “Mírame” nunca falta de estridencia. De nuevo en la veta solista, se deshizo en “Tartine” y “Comenzar”. Los pasos de baile, que hasta el momento eran una intermitencia, en el pasaje de estas canciones, fueron protagonistas. Parecía como si una fuerza aborigen hubiera poseído a Sosa atravesándolo con rítmicas convulsiones, dando como resultado unos bailes que oscilaban entre Tom Yorke y Anthony Kiedis. Increíbles.
“Té Verde” y “Océano”, del repertorio de Cuentos, intercalados por “Nuestro”, de su disco solista trajeron la ráfaga de clímax más intenso. Llegando al final, “Verdad Oculta” deleitó al público y dejó vía libre para que irrumpiera una sorpresa: “Zona de Promesas”, de Soda Stereo, cantada magistralmente a dúo por Abril y Mariano; y dedicada a Gustavo Cerati, al igual que su sucesora, “Felicidades”, una más del repertorio Borgeano.
“El Ocaso de mis Ídolos”, nuevamente del repertorio de Cuentos, fue la elegida para cerrar la noche, una llena de intimidad e visceralidad. La banda detuvo el tiempo cortando la canción a la mitad, tocando una y otra vez la base de la misma para que el cantante, el hombre de la noche, bajara del escenario con el micrófono, se plantara en el medio del público y llegara la posta a un par de chicas que se animaron a improvisar. Sosa se movía como una sombra; era un enigma entre el público y todos se llenaron más de él, si es que eso era posible. Volvió a subir al escenario y cantó con fuerza el final de la canción, despidiéndose de todos con una emotiva sonrisa.
Este piloto ciego, que puede no saber a dónde va, no pierde nunca el entusiasmo del viaje; brilló, se divirtió y llevó su alegría a todo aquel que estuviera presente. Y cuando el artista está así de inspirado, nadie tiene de qué preocuparse. Porque al público no le queda otra, más que contagiarse.
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