Expectativas, ansias, curiosidad… esas emociones encontradas asaltan la conciencia ahora que tenemos un disco recién salido del horno. Facundo López, ex compositor y cantante de Pequeño Ser, banda con la cual editó dos discos, presenta su carrera en solitario con su primer long play: Todos los Buenos Nombres.
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Nefertitis abre el disco con un riff arpegiado de oscura acústica, diciéndonos de entrada “los límites voy a correr” y prometiendo abrir caminos nuevos en el horizonte musical, mientras López seduce con la voz esa que quiere para él. La música se hace carnal mientras nos vamos adentrando despacito al bosque de los nombres. Segundo acto se hace cargo de su papel desde el título y desvía las expectativas. Cuando esperábamos una intensidad que consolidara el comienzo, se va por una suave tangente de dilemas hasta una aldea de paz y percusiones. En la misma tónica, Hueca Voz nos hace todavía más lento y delicioso el vaivén de las sensaciones con una tranquilidad asombrosa mientras cierta nostalgia salpica las letras que se van hilvanando.
Así llegamos hasta el paisaje de luces de Encandilar, el momento justo y necesario donde el ritmo comienza a despegar nuevamente. Los dilemas existenciales-individuales se empiezan a profundizar con el western-rock Viaje Indio. López descubre y curiosea las virtudes de viajar en las frases que bajan de su garganta y nos contagia con aires de libertad. Caída Libre vuelve a bajar las pulsaciones mientras se relatan intimidades desde la sorpresa que depara la voz femenina en los coros. Otra sorpresa: los teclados se hacen protagonistas en Terminal, una historia de ruptura, recuerdos y nostalgia. Si bien la predominancia de atmósfera veraniega acústica en el disco es innegable, la novedad es que viene teñida fuertemente con aires de nocturnidad, lo cual, en la mezcla, da como resultado una sensación a domingo de tierna medianoche y a divagues cerebrales de madrugada.
Lentamente entrando en la recta final del disco, Manto de Bali combina todo lo saboreado anteriormente para dar una caricia, mientras El Extraño desdibuja la identidad y se presenta como alguien exquisito al que nadie se puede resistir, arrancando intermitentes aullidos de la guitarra eléctrica hasta el éxtasis del final. De a poco, casi como si no quisiera, Todos los Buenos Nombres devuelve esa sensación de saber quién uno es y dónde está parado; y cierra el disco (y la reseña) con una declaración contundente de confianza: “solo queda lo que no te llevas, yo soy mi nombre y mi verdad”.
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