Ph: Rocío Yakobone
Desde finales de 2015 Telescopios es otra banda. O quizás la misma, pero en otro plan. Con otra realidad. Mucho de eso tiene que ver con El Templo Sudoku, segundo disco del grupo que funcionó también como la pieza faltante de un rompecabezas que necesitaba ser resuelto.
En una coincidencia que recién puedo descubrir mientras escribo estas primeras líneas, el álbum arranca con cinco segundos de ruido. Sí, ruido. Una palabra que, curiosamente, remite al título del primer EP de la banda, publicado en algún momento del ya lejano 2013. “Coincidimos y no es casualidad”, dice Coiffeur en una de sus canciones más emblemáticas. Y este pequeño accidente de referencias sirve también para dejar asentada una idea que, quiérase o no, atraviesa toda la obra grabada del grupo que conforman Rodrigo Molina (bajo y voz), Bernardo Ferrón (guitarra), Nicolás Moroni (teclado y guitarra) y Alberto ‘Cucho’ Ortiz (batería y programaciones).
La historia oficial de la banda podría decir que Telescopios surge a partir del desmembramiento conceptual de un trío más orientado al folklore (Tierra Mojada) que a cualquier rama del rock y el pop. Y es cierto. Esos cuatro tipos, que hoy parecen manejar a la perfección las texturas y el tiempo de una canción con destino de himno alternativo/indie, en algún momento fueron cuatro músicos desorientados. No perdidos ni desesperanzados. Simplemente desorientados. Faltos de una dirección y de un plan que los hiciera sentir como en casa, como se sienten ahora. Los inicios del grupo están marcados por ese espíritu de búsqueda casi desesperada, un ensayo y error permanente que los llevó a grabar un simple, un EP y dos discos larga duración en menos de tres años. El Templo Sudoku y el show diseñado para interpretarlo en vivo son el resultado final de ese experimento humano y musical. El comienzo del disco, esos cinco segundos de ruido, es elocuente con el proceso vivido por el cuarteto desde sus cimientos hasta hoy. Ese primer esbozo de canción marcado por la interferencia y la incertidumbre es una forma de decir ok, suficiente, ahora les vamos a mostrar lo que realmente queremos ser. Y así como “Fuego” emerge con elegancia y misterio desde esa textura indescifrable, la música de Telescopios es hoy una realidad que depende, y mucho, de ese proceso de cuestionamiento creativo y de búsqueda de alternativas que marcó los primeros pasos de la banda. Un verdadero diálogo en forma pendular, hacia adentro y hacia afuera.
“Este es el momento con más respuesta a nivel público y a nivel vivo para nosotros. Y coincide con una estética sonora en la que nos sentimos muy cómodos. Como si los discos anteriores hubiesen sido rejuntes de procesos y de búsquedas”, resume Rodrigo con su calma característica. “Lo mejor que tiene El Templo es que surgió de una búsqueda más natural, sin forzar las cosas que fueron pasando”, aporta Cucho. “Es un lugar plácido, y que también nos muestra cosas que antes no podíamos ver. Por ahí ese disco era un lugar a donde queríamos llegar hace un montón de tiempo, y de pronto, estando ahí, está muy bueno lo que nos pasa, ya en un nivel más real de sensaciones. Es más natural todo lo que desde ahí podemos llegar a dimensionar”, suma Bernardo. Las palabras pueden cambiar, pero el balance coincide en las miradas y en la satisfacción. Es jueves a la noche, estamos todos cansados y la semana necesita terminar. Pero los Telescopios comparten sus reflexiones en medio de un clima atravesado por la tranquilidad y la paciencia de quien sabe esperar. Hay decisiones, proyectos e ideas que se ponen en juego. La manija, como le dicen, es permanente, un auténtico modo de vida. Y, sin embargo, a esta gente se la ve bien, disfrutando. Con la certeza de estar en un momento en el que ninguna idea parece imposible y casi todas invitan a pensar en grande.
Todo este proceso generado a partir de la composición y la posterior interpretación de un nuevo grupo de canciones tiene apenas unos meses de vida, suficientes para haber dado forma a una nueva dinámica grupal y escénica. A un pasado cargado de pistas, capas infinitas de texturas y detalles, y una estética compleja para trasladar a un concierto, el presente le contrapone una formación estable desde lo visual y flexible (muy) desde lo sonoro. Nicolás Moroni, el de menos palabras y más silencios a la hora de charlar, es uno de los responsables principales de este cambio. De haber secundado la guitarra eléctrica de Bernardo Ferrón con una acústica, pasó a sumar electricidad en sus seis cuerdas y, finalmente, se calzó el traje de tecladista de tiempo completo. Su cambio de rol resume individualmente una mutación en paralelo con sus tres compañeros y con Matías Konstantinides, sonidista del grupo que, en rigor, oficia de quinto responsable de lo que pasa en cada show de Telescopios. Todos, en definitiva, son parte de un plan cambiante, que está siempre en desarrollo pero que tiene objetivos cada vez más claros.
“El costado más artístico y compositivo de la banda se vio muy influenciado por el vivo”, confirma Rodrigo. “Nos encanta probar cosas en el estudio pero ya más o menos le sacamos la ficha a lo que puede funcionar en el momento real en el que la canción suena porque la estás tocando, y encima para otra gente. Somos capaces de decir no, por acá no. Si sabemos que no se banca el vivo, a la basura directamente, porque la música está ahí”, define Bernardo. Automáticamente aparecen recuerdos de otros Telescopios, las mismas personas en momentos anteriores, cuando tocar era traumático, incluso desalentador. Esa imagen no es tan lejana en el tiempo y, nuevamente, todo lo que rodea a El Templo Sudoku aparece como significante ligado a la comodidad y a la autoconfianza. Los pasos previos antes de publicar el segundo disco fueron decisivos para terminar de ajustar la identidad que proyecta el grupo hoy. No es magia pero se parece: esa música salvadora no es otra cosa que la energía generada por cuatro personas tocando, haciendo todo lo posible para dedicarse a eso por el resto de sus vidas.
“Este disco nos dio la posibilidad de concentrarnos en los shows, de ponerle todo a eso para que sea la bomba que queremos que sea. Estamos tan contentos y está tan bueno lo que está pasando que sabemos que podemos concentrarnos en eso un buen rato”, señala Rodrigo. “Y además porque venimos de un disco que sale de ahí. ¿Quién te dice que llegando al lugar donde queremos llegar en vivo no encontremos lo que estamos buscando para más adelante?”, desafía Bernardo. La preocupación por el futuro también es parte de la charla. La dirección del próximo disco, la influencia del hip hop, Kendrick Lamar, los beats, la electrónica, la disyuntiva global entre pop y rock. Todo eso aparece en medio de las dudas. Pero, en definitiva, el horizonte está claro. Si se les pregunta a los Telescopios por su capacidad para sobresalir en un contexto en el que los nuevos proyectos musicales abundan, ellos responden con decisión: no les importa. Lo nuevo o lo original queda de lado frente a la capacidad de generar algo en ese otro que se acerca a verlos tocar. “La diferencia queremos marcarla en el vivo”, cierra Nico, y en esa pequeña oración resume toda una filosofía de trabajo que empieza a marcarse en la piel.
Para escuchar: telescopios.bandcamp.com
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