La sensación de rejuvenecimiento que provoca un evento como Lollapalooza se debe a la ilusión. Al estado consiente de que lo mejor está por venir pronto. Es una realidad.
Si es la primera vez que vas, todo comienza antes, porque no hay un punto de comparación, sólo hay expectativa, porque hay bandas que te gustan, también las que empezaste a escuchar. Vas a volver con nuevos sonidos que vas a guardar como tesoros, antes de compartirlos.
Buscar avión, comprar, arrepentirse, ver uno más barato, putear, acordarse del check in, armar la valija, ¿qué libro llevás? ¿Cuántos? Todo pesa mil kilos. No pegar un ojo, ir dos horas antes, viajar, llegar, tratar de no perderse en Buenos Aires, rogar que el tachero no te saque a pasear, volverte un prejuicioso, encontrarte con alguien que esté mejor preparado, ir a retiro, tomar el tren, experimentar la tortura de estar quieto, tratar de conectar miradas (siempre prejuiciosas) con quienes fuiste. Bajar, caminar, ser controlado, mostrar la pulsera, formar fila, descubrir otra entrada, correr, ingresar, otro control. Entrar.
Un predio grande, gigantesco. La gente parece una mancha que se mueve como una sombra entre algunos puntos de luces y colores. Escenarios, suponemos, ¿cuál es cuál?
Caminamos al más cercano, Dante Spinetta, cantaba y se fastidiaba con el sonido, nos quedamos ahí. Nos gustó, no lo imaginábamos así. Nos dijo hermanos. Un gran trabajo de pantallas poco disfrutado por la intensidad del sol. Quemaba. Pudimos descubrir quienes habían llegado primero solo por ver la piel rosa de los hombros y la cara.
Buscamos una sombra y nos sentamos. Sonaban Las Pelotas, suaves, armónicos, un sonido conocido.
Anderson Paak, flipé. Como se movía, cantaba, bailaba, todo le era natural, le pertenecía. Nos hizo divertir a todos.
Quisimos ver Royal Blood y Chance the Rapper pero perdimos la vida y las piernas haciendo una cola para comer una hamburguesa que no valía la pena ni diez minutos. Era de día cuando nos dio hambre y de noche cuando comimos. Nos fuimos hacia el escenario de Imagine Dragons. Todas las luces que no vimos en Dante estaban acá. Con una banda increíble y un cantante carismático, una mezcla de Robbie Williams y Enrique Iglesias estilizado en su actitud, se sentó en el piso, torso desnudo, y nos hablo diez minutos sobre la depresión. Después mas hits para levantar los brazos al cielo y agradecer estar con vida. Llegamos cuando ya sonaban, y nos fuimos sin que hubieran acabado, nos gustó, pero ahí.
Los Red Hot Chili Peppers esperaban a todo el mundo con el escenario a oscuras y en silencio. El sonido de un Chello sonaba como un zumbido premonitorio, ya salían.
Batería, guitarra y bajo comenzaban una zapada llena de virtuosismo. Esto mismo se iba a repetir casi tema de por medio durante la noche.
Can´t Stop comenzó la seguidilla de clásicos (y no tantos) con los que hicieron saltar y cantar a todo el mundo. Me habían dicho que RHCP no eran buenos en vivo. A mi me encantó. Mucha energía, mucho humor y diversión.
Nos fuimos. Tren, taxi y a la cama.
El segundo día las presentaciones se adelantaron, nos perdimos Damas Gratis, pero llegamos a Metronomy. Disfrutamos mucho su presentación cuidada y obsesiva en los detalles.
En ese mismo escenario tocaba Liam Gallagher. Nos quedamos y por primera vez vi a la gente en lo que iba del festival. La vestimenta, los peinados, el maquillaje. Un juego en el que son cómplices. Empieza a sonar la grabación de Fucki´In The Bushes y el escenario se llena de músicos. Un inglés con actitud de pandillero arrogante empieza cantar Rock ´N´ Roll Star. Me vuelve el alma al cuerpo al escuchar Rock de una vez por todas.
Con la salud deteriorada Liam Gallagher presentó As You Were. Los clásicos de Oasis fueron y vinieron a lo largo de su presentación, donde podía descansar la voz con la ayuda de un publico que cantó por igual todo el setlist. Agradeció, nos mimó, regalo su pandereta, las maracas y el micrófono. Termino pasada la hora de show. Nos había dado suficiente, lo dejamos ir entre aplausos y euforia.
Lana del Rey musicalizó el crepúsculo. Muchos padres con sus hijos. Chicos solos, con sus parejas. Amigos, amigas, amigos de amigos. Grupos formados en el camino. Todos juntos, sentados, parados, caminado. Buscando una instantánea, una imagen para redes, compartir todo en todo momento.
Sin dudas Lollapalooza es el evento de las marcas, de internet, de quienes saben que un festival, es más, mucho más que bandas tocando en vivo.
Hay una generación que entiende a la perfección este festival, que lo asume como algo propio de sus costumbres. Tienen un instinto para moverse que es distinto, fluyen, pueden disfrazarse para ir y esta bien. En algún momento perdimos la diversión inocente de ir a un recital de rock, no renunciando a la solemnidad. Al menos yo me lo perdí.
Volvimos al primer escenario para ver a The Killers, no fue la banda que más me gustó, pero sin dudas es la que mejor espectáculo puso en escena, lleno de pirotecnia, carisma, buenas canciones y un publico que les brindó todo para que recuerden haber pasado por Argentina, incluso un baterista falso del publico que mintió para subirse al escenario.
El Show termino y repetimos la misma rutina de regreso, solo que era distinto, lo mejor, para mí, estaba en el futuro inmediato. Sólo faltaba dormir y despertarme.
Dormí y me desperté. Lollapalooza Argentina anunciaba a través de sus redes que la fecha del domingo 18 era cancelada por medidas de seguridad. Una tormenta, que ni la sentí, lo cual me provocaba mayor desengaño, había destruido escenarios e inundado el predio. Se cancelaba y eso era una realidad mayor que la de mis expectativas.
¿Y si no estuviera mal quedarte sin ver a tu banda favorita? ¿Y si la sensación no una desilusión? O un desconsuelo.
Decidimos aprovechar el día libre que teníamos en Buenos Aires para ir a un museo, tomar café y visitar amigos. Repasamos el fin de semana y no nos lo dijimos, pero el año que viene volvemos, aunque llueva.