Días antes, acostumbrados a los cartelones de campaña, sorprendía ver las caras de los Rayos Láser en los colectivos anunciando la presentación de Villa Nueva, lo que nos hablaba de la manera en que se organizó y las expectativas puestas en esta presentación, que, a sala llena, debe haber resultado satisfactoria.
La lista de canciones comenzó intensa y rápidamente esquivó «Mintiéndome», el gran hit de la banda, para que ese ejercicio pop de ironía amorosa y melodías bailables no se lleve toda la atención. Porque había mucho más. Pero retrocedamos un segundo. Cuando salieron a escena, Tomás Ferrero, Gustavo Rodríguez y César Seppey vestían iguales. Pantalones y poncho blanco con líneas quebradas en negro, cortesía de Winhood. La imagen impactaba por su desfachatez: una especie de divinidades pop en miniatura. Es un episodio más de esa sinergia que asocia marcas y bandas como una forma de fusionar formas de comunicar: de ser y hacer.
La playlist fue dedicada a Villa Nueva, puntuada por una selección de canciones de su debut. Así fue que entre «Monitor», «Fascinación» o «Nosotros también» hubo tiempo para «La noche del Sur» o su declaración de principios pop: «Disparo de onda». Como parte del show, fueron imprescindibles las visuales de Iván Pierotti, el cerebro detrás de Elefante Diamante y las luces de Sabat Miranda, un productor inquieto para el cual el día tiene largamente más de 24 horas.
Pasada la mitad del show, el trío siguió brillando. Agradecieron a todo el equipo y a sus familias, que desde los palcos miraban como se divertían los nietos, hijos o primos. Porque de eso se trata aquí: de la diversión. De hecho por momentos, si bien no resultan histriónicos en exceso, los Rayos ensayaron pasitos conjuntos al son de la música. Se trata de reírse. Gustavo Rodríguez, de la cabeza hacia arriba podría pasar por Zakk Wylde pero con el poncho blanco y negro, desconcierta. Más cuando va al frente con un solo de guitarra y se lanza al piso delante de todos.
Hacia el final, cuando un encargado del teatro salía por un costado para correr a mano el telón y los músicos habían hecho la reverencia, la sala pidió otra canción. Sólo, delgado y altísimo como es, Tomás dudó. Dijo al micrófono algo parecido a “paren”. Y pegó dos saltos hasta el costado donde el resto de los músicos ya había salido luego del saludo final. Nunca sabremos si fue una improvisación o un desconcierto calculado. Pero volvieron a escena.
El cierre con «Canción simple» vuelve a levantar el aplauso y la reverencia del equipo sobre el escenario. Ah, no lo dijimos: son las doce de la noche. Aún es temprano y ya estamos llenos de pop. La noche al Sur es joven. Y Córdoba está en permanente estado de ebullición.
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