Rosario Ortega: la dulzura de último eslabón

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Julieta actúa, Luis hace películas, Sebastián produce en televisión, Emanuel canta y Rosario se agita como el viento y aparece desde la sombra en la escena musical. Viento y Sombra es su primer trabajo solista y lo presentó en nuestra ciudad.

Cervezas heladas, negronis, pantalones cortos, remeras, vestidos, colores, música. Estamos en la oveja negra y este calorcito saca las mejores cosas de la galera. Detrás de los vidrios rojos que avistan la ciudad desde las alturas, estamos nosotros. Agosto se vistió de verano y BlackSheep se vistió de mujer: es miércoles, es noche de chicas y las nenas vinieron a honrar la consigna.

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Los primeros sonidos de la noche vinieron de la mano de Sole Guerrero, la fusión perfecta de espíritu rockero e inocencia femenina. Sole cautivó a todos con su ritmo mientras nos miraba detrás de su flequillo bien prolijito: “no los veo mucho, pero es como si fuesen montañitas de humanos”. Guerrero fue el  prólogo perfecto que abrió el telón para que Rocha nos llene los oídos y los ojos de su luminosidad.

Viento y Sombrallegó para coronar una línea del tiempo que no es más que una constelación de éxitos: OST de una película dirigida y protagonizada por Ethan Hawke, vocalista de Entre Ríos, corista de Charly García. Una repisa llena de honores, trofeos y medallas más que merecidas. Es su turno y las montañitas de humanos se agolpan frente a ella como quien se desespera por ver de cerca algo hermoso y brillante. “Ella quiso cambiar / su forma de hablar / y mezcló sus modos / con los demás” comenzó Rosario, el último eslabón de una familia de artistas y la muchacha que cierra un círculo genético virtuoso con un broche de oro de mil kilates.

Las canciones son su forma de hablar y llegan a nosotros como olas a la costa, salpicándonos desde el escenario y recargando la barrita de energía y colores. Rosario deja la guitarra a un lado y el electro-pop le invade los dedos de las manos: jugando con el sintetizador, da el pie para que suene Corazón de Cristal. Su corazón de quimera dice que el dolor también te enseña un camino y que ella es una eterna aprendiz. Ojo porque Rosario también despierta pasiones: Luminosidad generó grititos de emoción, coreos constantes, celulares que filman, que sacan fotos, cámaras, flashes, gente en puntitas de pie y paradas sobre las mesas. “Y un poco de palmas puede ser, ¿no?, ¿puede ser?” Puede ser y es. El Pozo trajo cantos, miradas, movimientos de cabeza al ritmo de su música, sonrisitas: esa complicidad que se apodera de nosotros siempre que suena alguna de esas que “nos sabemos todos”.

“Cuando pienses que todo ha terminado, ese será el principio” dijo alguien alguna vez. Y Rosario sin titubeos ni dudas, muy segura de su talento, se puso al hombro una magnanimidad de canción. Y, así, dulcemente cerró nuestra velada citadina: “Ella está por embarcar, quizás consiga un pasaje en la borda”. Rosario es una pasajera en tránsito perpetuo y fue la estrella de una celebración intensa, íntima y honesta: fue el alma, la fibra y la sustancia de esta congregación nocturna de humanas y humanos. Y es que Rosario siempre estuvo cerca.

Salimos a la ciudad. Nos despedimos de la burbuja de vidrios rojos, de nuestra pecera en las alturas. Bajamos las escaleras. En los escalones, gente que fuma, gente que se besa, gente que sea ama, gente que se ríe. Afuera sigue el verano. Es agosto, es calor, es Rosario. Luminosidad.

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