A medida que los años pasan, místicos de la relatividad del tiempo o no, pareciera que la vida comienza a privarnos de ciertos placeres de la infancia. De repente presentarnos en un pelotero para festejar nuestros veinte y tantos parece no gustarle a nadie, salvo a nosotros mismos. Y definitivamente ya se volvió costumbre manguearle...
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