Los fanáticos de Burton lo venían esperando hace tiempo. No a Frankenweenie en concreto, pero sí a algún trabajo que hiciese regresar el excentricismo único y la particularidad estética que nos enamoró del director en un primer momento. Y que quizás se fue perdiendo progresivamente con Alicia en el país de las maravillas y Sombras tenebrosas. La noticia de la remake de Frankenweenie, corto que Burton filmó en 1984 y que le valió el despido de los estudios Disney por considerarlo poco infantil y malgastar el presupuesto, significó una bocanada de aire fresco para todos los adeptos al director. El regreso al cine de Tim Burton, del verdadero.
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Manteniendo el blanco y negro, la nueva versión de Frankenweenie se filma en stop-motion, permitiéndole a Burton desplegar toda su imaginación y su estética en el ambiente y en cada uno de los personajes. Aquellos estereotipos burtonianos con los ojos redondos como platos o los párpados caídos en forma angustiosa, esqueléticos o bien con el cuerpo completamente redondo. Llenos de ojeras y tétricos. Bien, bien tétricos. Esas peculiaridades que llevaron al director a robarse un lugar muy significativo en nuestra mente vuelven con fuerza y se plasman en cada minuto del largo, dejando como resultado un film (¿infantil?) oscuro y excéntrico que no podría llevar la firma de ningún otro realizador.
Burton desarrolla en todas sus facetas aquel universo entrañable al que el corto original nos introducía. La distinción entre el mundo infantil, lleno de aventuras, secretos y descubrimientos; y el mundo adulto, de aquellos seres lineales, simples y chismosos, que mucho dicen y poco hacen, es clara y permanente. Los dos universos no se cruzan sino al final, en una reivindicación de la niñez, o más bien de la aventura y la osadía que ésta representa (ya sabemos que el sujeto cómodo y cobarde es el peor enemigo del director). El film muestra, además, una metáfora compleja y muy bien desarrollada sobre los beneficios y los peligros de la ciencia, así como la actitud que la gente toma para con ella.
La película avanza de forma amena y llevadera. Cuenta con varios pasajes excelentemente logrados en que lo tétrico y lo cómico se funden con un tinte indescriptiblemente mágico que envuelve y reviste a las situaciones creadas por la mente de Burton. Con muchos guiños al cine y a la literatura de terror y una banda sonora imprescindible en la creación del clima, Frankenweenie no se erige como una obra maestra ni como una de las mejores obras del director, pero sí como un grito de alegría y esperanza ante el resurgimiento de lo que temíamos perdido. Espeluznante, divertido, aventurero y excéntrico, muy excéntrico. Tim Burton, de nuevo, el verdadero.
Frankenweenie en Cine Hoyts, imperdible.
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