Stranger Things 2, nada puede malir sal

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por Renato Valentini

Me dispongo a ver la segunda temporada de Stranger Things, lo hago en forma de ritual, en definitiva espere de un año a otro este momento. La expectativa es grande, el cariño por el grupo de Hawkins es alto. La disposición es buena.

Empieza. Emociona. Vemos a cada uno, grandes, actuando bien. Inmediatamente después al reparto secundario, el de los adolescentes, el de los adultos. Ya nos sentimos cómodos, seguros, nuestro mapa está completo.

Conocemos nuevos personajes: Max, la chica más genial del mundo y con ella, el primer flechazo a la infancia, los videojuegos. Pelirroja, enigmática, rebelde, maneja un skate (¿sigo?), rápidamente, al igual que nuestros pequeños amigos, se mete en nuestras vidas. Flechazo.

Otro personaje entrañable desde el principio es Bob, interpretado por Sean Astin, el querido “Sam”, del Señor de los Anillos o mejor dicho “Mikey” de Los Goonies, razón directa de su presencia en la serie y a mi modo de ver, un gran acierto del casting.

Pero con el paso de los capítulos algunas cosquillas se van desvaneciendo. El desarrollo del argumento va dejando cada vez más despejada una sensación que se convierte en certeza: Nunca más vas a volver a ver Stranger Things por primera vez.

La temporada está estratégicamente situada en el periodo de halloween del ’84, donde casi todas las referencias a la cultura de los ochenta pueden verse en una sola noche de disfraces, no es necesario mencionarlos, excepto a Cobra Kai (¡aguante Karate Kid!). Algunas otras cosas aparecen para situarnos; campañas políticas, comerciales, golosinas, zapatillas y un buen uso de las cámaras de fotos de la época.

A estas alturas ya no es una novedad que Stranger Things repite la fórmula que tan bien le funcionó en la primera temporada, apoyándose en otro de sus éxitos, el fluído diálogo que mantuvo en este año con los seguidores de la serie. A Stranger Things la esperábamos, pero no la extrañábamos, nunca se fue de nuestras pantallas, me cuesta recordar una serie con clientes (sí, clientes) tan fidelizados desde una primera entrega.

Con esa base, la historia no tiene reparos en contar lo mismo; Will es bloqueado, Eleven se ausenta para volver con las respuestas, Winona encuentra las soluciones de manera casual, su casa es nuevamente redecorada con este fin y casi todos se salvan para ser felices hasta el año siguiente. Incluso en las novedades no hay nada y eso es lo que me molesta; el hermano de Max, Billy, está envuelto en un misterio que él se encarga de fomentar, le dice a su hermana que nadie tiene que saber que son familia, nada se resuelve, termina siendo un personaje que no aporta nada a la serie, su ausencia no modificaría ningún conflicto de la historia. Otro momento similar es cuando Eleven se va a la ciudad, un capítulo que refresca, que nos saca de Hawkins pero que corre el mismo destino de no ser trascendental, salvo por el consejo que Roman, otra chica con dones, le da a Eleven; pensar en momentos dolorosos para liberar su poder, algo así como el consejo que Campanita le da a Peter Pan y los niños perdidos para volar.

Estas cosas van a tener su razón de ser en una tercera entrega que evocará a los ’90 pero no es la forma en mi humilde y no especializada opinión.

La serie tiene un gran final, una gran banda de sonido y unos entrañables protagonista, ¿vale la pena verla? Sí, pero cada vez menos.

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