Es autor de las novelas «Los catorce cuadernos» (2014) y «Nunca llegamos a la India» (2018). Está terminando un libro de cuentos que recopila todas sus historias publicadas en la revista Orsai. En entrevista, habla sobre sus proyectos, su vínculo con la escritura y su idea de la ficción como “un espacio al resguardo de la moral”.
El protagonista de sus dos novelas es el mismo (¿él mismo?). Se llama Jano y es un joven guionista que escribe y viaja: en la primera, al Delta; y en la segunda, como lo adelanta el título, a la India. Quienes todavía no hayan tenido la oportunidad de leer a Juan Sklar (1983), podrán aproximarse en esta nota al estilo desbocado, impúdico y explosivo de su único narrador.
Juan (o Jano) tiene fumigadores en su casa. Además de escritor, docente, guionista y columnista de radio, es padre. Cómo hacés, le pregunto. “Pará un segundo. ¿Te podés callar mi amor?”. Le habla a su hijo que viaja en el asiento trasero del auto. 31 segundos de diálogo en el que le explica enojado que no van a ninguna plaza, que van a arreglar un cochecito. Jano (o Juan) pide disculpas: “No tengo idea, no sé si lo estoy logrando”. Recuerda a un escritor, cuyo nombre no recuerda, que le dedicaba su libro a la mujer y a sus hijos, “sin los cuales el libro hubiera estado terminado 4 años antes”.
-Leí en una bio tuya: «Su carrera fulgurante empezó en la Orsai N9, cuando le publicamos un cuento sin avisarle». ¿Cómo fue eso?
Yo era muy fanático de la revista Orsai y le había llevado unos cuentos a Hernán Casciari. La historia es bastante llamativa porque yo iba a clases de teatro, y el día de mi cumpleaños me acosté con una compañera que también cumple el mismo día que yo. Y cuando estábamos yendo para mi casa, el taxista nos dijo: “cuando uno se acuesta con alguien que cumple el mismo día, el día de su cumpleaños, se abre un portal mágico”. Nosotros seguimos en la nuestra, dijimos: “ya está, todo bien taxista místico, flashero”. Al día siguiente yo me enteré con la revista en la mano que habían publicado mis cuentos sin avisarme, y ella se enteró que los padres le iban a regalar un departamento. Tenía razón el taxista. Vayan a buscar gente que cumpla el mismo día que ustedes y tengan un amorío el día de su cumpleaños.
-Actualmente tenés una columna radial por Urbana Play 104.3 FM en Todo Pasa, con Matías Martin y Clemente Cancela. ¿De qué se trata?
Se llama “Cazador solitario”. Son historias de amor conocidas y populares -como la historia de Claudia y el Diego, o la de Silvia Suller y Silvio Soldán- donde trato de encontrar lo que yo llamo un arquetipo. Qué dicen esas historias de nosotros, qué dicen de nuestra época. O sea, la especificidad o eso único de esa historia de amor, que al mismo tiempo está en todos lados, “nos hace” a todos y se replica al infinito. Hay millones de mujeres o varones que aman como Claudia Villafañe, o vínculos que son como los de Silvia Suller y Silvio Soldán.
-Hablando de amor: hace poco tweeteaste que escribir sobre sexo, tarde o temprano, es escribir de amor o de su ausencia. En tus libros, en tus redes, en tus entrevistas, siempre hablás mucho de sexo. ¿Por qué te obsesiona tanto el tema?
La obsesión yo no la puedo explicar, está ahí, el día que la solucione dejo de escribir. Lo que si realmente creo es que si escribís sobre sexualidad, tarde o temprano, va a aparecer el amor.
Yo creo que no puede haber instancias de sexualidad disociadas del amor. Por supuesto que existen, pero si uno escribe mucho tiempo sobre ese tema, en un momento cuando rasca y rasca, va a empezar a hablar sobre amor o sobre la falta de amor, sobre el dolor del amor o sobre algo relacionado con el amor.
Es raro que en algún sentido nuestra vida sexual no esté conectada con nuestro sentimiento.
-Escribiste también en Twitter: «La ficción tiene que ser un espacio al resguardo de la moral”. ¿Cómo te imaginás que podría la ficción insertarse en esta cultura moderna tan regida por la corrección política y el miedo a la cancelación, sin quedar atrapada en esa misma lógica?
Para mí lo que hay que entender es que “lo personal es político” es una frase interesante y habilitadora. Es decir, tomar tus deseos, tu experiencia vital, y defenderlos en la arena pública. Ahora bien, lo político no siempre es personal. Pensar que tus ideales políticos o lo que fueren pueden dictar cada una de las instancias de tu vida privada, es primero un plan que va a salir mal y que nunca va a suceder, pero además sería una especie de ahogo totalitario sobre el sujeto. Genera una ficción que es pensar que el sujeto es transparente a sí mismo, que puede dictaminar qué lo emociona, con qué se enamora, con qué se calienta, con qué se excita, cuando esto no sucede, no es así.
Uno puede tener fantasías o imágenes que no estén alineadas con sus valores personales, que estén mal. Que podamos eliminarlas es medio utópico. Entonces, ¿qué hacemos con esos deseos o fantasías que están mal? Bueno, una manera de tramitarlos es la ficción. Si uno encuentra espacios donde poder explorar o darles un cauce a esas fantasías, sin llevarlas a la realidad, es un espacio de desahogo para el sujeto.
Uno puede escribir la ficción que quiera, la ficción no es proselitista, la ficción no tiene por qué estar proponiendo una manera de ver el mundo, ni una manera de vivir. Es un hecho escindido del mundo real donde puede pasar cualquier cosa. Pensar que uno puede comandar política o moralmente su ficción, su fantasía, es una receta para un montón de infelicidad y un montón de insatisfacción.
Porque además el deseo (literario, sexual, lo que fuere) tiene la tendencia a escaparse de los poderes políticos, le encanta ir en contra de lo que creemos. Entonces tiene que haber espacios donde uno pueda tramitar esas fantasías sin dañar a nadie.
-¿Cómo ves el tema de la cancelación de artistas que por ahí crearon obras geniales pero que hicieron cualquiera en su vida personal?
Entiendo que por ahí uno percibe a la obra de arte como una expresión del alma de la persona de ese artista, pero me parece que el problema ahí tiene que ver con tener ídolos, con admirar artistas porque hacen cosas bellas. Personalmente no tengo ídolos y no creo que alguien que hace algo bello sea una buena persona, o sea admirable, o sea nada en especial. Yo no vivo esa dicotomía porque no siento amor personal por artistas que admiro. No sería amigo de alguien que después te enterás (o siempre supiste) que era nazi, tenía esclavos o era misógino. Lo que debería haber es un castigo si se comete un delito o algo que está mal. Si es simplemente alguien que no comulga con lo que yo pienso, a mí que me importa. Incluso si cometió un delito, eso es parte de la sociedad civil, yo juzgo una obra de arte. No me interesan los artistas, no me interesa si Wagner era o no nazi, yo quiero escuchar Las Valquirias. Esto aplica también a muchísimas cosas. A mí no me importa si internet lo inventó y lo desarrolló el ejército de EEUU, yo uso internet. Tampoco cuando me subo a un auto Volkswagen pienso que es una empresa montada sobre cadáveres de judíos. Igual entiendo el rechazo estético y visceral a no consumir la obra de alguien, pero eso si sentís que esa obra artística es la expresión de un alma de una persona. Yo no lo veo así.
-Dirigís hace 8 años “El Cuaderno azul”, un taller literario donde militás el dejar de poner excusas y largarse a escribir. ¿Creés que cualquiera puede ser escritor/a?
No, cualquiera no, de la misma manera que no cualquiera puede ser futbolista. Yo no puedo ser futbolista. Lo que sí cualquiera puede escribir y disfrutar de la escritura. ¿Cualquiera puede publicar? No. ¿Cualquiera puede escribir profesionalmente? No. ¿Cualquiera puede escribir una obra conmovedora? Por supuesto que no. Pero uno puede escribir, de la misma manera que puede jugar al fútbol.
Pensar que la escritura es algo reservado para aquellos que tienen talento es una idea completamente equivocada. Es como pensar que solo el que juega bien al fútbol puede practicarlo. La escritura es profundamente catártica, profundamente placentera, y la puede llevar a cabo cualquier persona que lo desee.
-¿Leíste obras de escritores cordobeses? ¿Qué opinás de lo que se está escribiendo en Córdoba?
Si, leí a Lamberti, algunas cosas de Lo Presti, a Camila Sosa Villada…No soy especialista en cordobeses, pero tampoco soy especialista en argentinos, ni en porteños, ni en nada. No los leo como si fueran “cordobeses”, no me parece que sea una categoría para analizar sus literaturas. A mí las delimitaciones generacionales/geográficas me parecen un poco arbitrarias. La literatura argentina: ¿incluye o no incluye a Bolaño? ¿incluye o no incluye a Onetti? ¿Dónde empieza o dónde termina la influencia de ciertos autores?
Es una época donde las filiaciones geográficas quedan rotas por cómo funciona internet, hoy está todo accesible para todo el mundo en todos lados. La barrera es la traducción si se quiere. Esa simultaneidad, esa multiplicidad que tiene la cultura contemporánea, hace que haya que buscar las filiaciones de otra manera. Por ejemplo, yo estoy leyendo a Osvaldo Baigorria que tiene un tratamiento con respecto a la sexualidad que se parece al mío, aunque yo haya escrito de sexo antes de leer a Baigorria. Yo me siento más cercano a Baigorria, que tiene 70 años, o a Juan Forn, que tiene 60, que a otros escritores que tienen mi edad y escriben algo completamente diferente.