Hace mucho calor, muchísimo. Hay autos, bocinas, camiones, humo, gente apurada. Cruzamos el río, doblamos por Ayacucho y la ciudad muta por completo. Subimos unos pocos escalones de madera y descubrimos un escondite, un paréntesis en el ajetreo urbano de este jueves. Árboles, enredaderas. Un intenso aroma a sahumerios perfuma el aire. Hay luces de navidad que suben y que bajan, titilan y a veces cambian de color. La gente llega, se sienta en el pasto, en los escalones, contra las macetas. Pedro, el perro, da vueltas por el patio como quien sabe que es el anfitrión de la fiesta y roba mimos y miradas por doquier. Armamos un picnic nocturno: tiramos anclas en Sr. Espacio, donde Tienda Panorama presenta Dial #2 invitándonos a entrar en la frecuencia de Candelaria Zamar y Francisca y los Exploradores. Acompañados por Campari.
En medio de este bosque, Candelaria Zamar se sienta bien derechita frente a su piano y mueve los dedos prolijamente, como quien aprendió de las técnicas durante años pero no perdió la sensibilidad emocional, la fibra vital de la música. Comienza con “Paralaje”, un remix de Tomás Ferrero que ella entona con dulzura mientras nos dice que “somos de fuego en este viaje”. Y así iniciamos nuestra andanza: encendidos.
Cande nos silba y suma fuerza orgánica a “Inoportuna”, hermanándose con toda la naturaleza que la rodea. Alguien del público le responde el silbido y ella se ríe con el talento envuelto en esa timidez digna de las cosas grandes que aparentan ser pequeñas. En “Post Espanto”, Fran Saglietti es el invitado especial que acompaña el tema al son de su guitarra. Las miradas y los aplausos hablan por sí solos: estamos encantados con esa conexión exploradora que se da frente a nosotros y nos hace parte de su magia.
Ph: Rocío Fornero
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Apenas comienza a rasgar las cuerdas, Fran cierra los ojos como adentrándose en un cosmos íntimo que llega a nosotros en forma de música. Suena “Todos como vos” y un “¿me ayudan?” que el muchacho Saglietti nos pide. Sentados en forma de indio, parados, asomados, descalzos y calzados, todos coreamos como exploradores casuales porque hoy somos niños scouts de jueves por la noche. Pedro, el perro, sigue paséandose y de vez en cuando nos ladra clamando atención. Fran lo mira, canta y ríe. Y enamora: “Ya lo expliqué, ya lo entendés, no bailo si no es con vos”. “Virgen” es un cuadro sonoro impecable, visual, lleno de guiños corporales que todos acompañamos con sonrisas cómplices desde el césped.
Y llega “El día de la lenteja”. Fran maneja los arreglos, acomoda el micrófono, canta: es todo un hombre orquesta en pleno ritual. El ritmo avanza, nos habita, acompañamos el electro-pop en medio de este bosque y coreamos por lo bajo para no interrumpir. De repente, lo inesperado: la luz se corta, la energía eléctrica nos abandona. Buceando en las sombras, las reglas del juego cambian un poco, quedamos iluminados sólo por la luz de una cámara, unas pocas velas que quedaron encendidas y algunos flashes. La falta de luz no apaga la sinergia y en medio de la oscuridad se escucha “Chica de la playa”. Y así, a oscuras, nos transportamos a algún lugar con arena tibia y agua de mar en los pies, y empezamos a chasquear los dedos al mismo tiempo, a la misma velocidad y en la misma dirección.
Un paréntesis. Un escondite en medio de la selva de cemento. En este pequeño bosque citadino, Francisca y los Exploradores y Candelaria Zamar vinieron a hacerse uno con los árboles, con el pasto, con el calor, con el espacio. Y con nosotros. Vinieron a dejar constancia, a dar testimonio de este tiempo aurático: este pedazo de historia en el que la música nacional se abre lugar con toda su rebeldía, su valentía y su juventud. Porque queda un mundo entero por explorar y sobran los escondites. Y la luz es lo de menos si la música es nuestra energía y nos enciende.
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