Unos dedos puntean tímidos pero firmes, las cuerdas de una guitarra criolla. En el barniz, se reflejan rostros de calor, de Cañada y de barrio. Unos enormes ventiladores encendidos dan vuelta el pulso de la ciudad y anuncian que el verano ya está a la vuelta de todas las esquinas. Mirando hacia un mismo escenario aún vacío, atraídos por una misma fuerza gravitacional, nos quedamos allí sentados, esperando que la luz sobre el entelado blanco proclame que eso que vinimos a buscar estaba llegando.
“Siempre que vengo a Córdoba me voy lleno de amor”, dice el dueño de los dedos que puntean la guitarra. Lucio Mantel es cantor, compositor, cancionista, hacedor, artista. Y es el cuerpo transmisor de innumerables piezas que no por minimalistas dejan de ser enormes creaciones del arte de cantar. Mantel es parte de una (contra) generación de cantores, que cuenta, entre otros, con Lisandro Aristimuño, Gabo Ferro, Alvy Singer, Tomi Lebrero, Ana Prada y Martín Buscaglia dentro de sus filas. Desde este inquieto movimiento, dieron a luz una escena alternativa y están gestando con la fuerza del talento, del trabajo y de la libertad, una música-otra dentro de una música que ya es otra.
Así, Lucio, se mueve coqueteando con los márgenes de las etiquetas y se convierte en el mensajero de una fusión, un transgénero que va desde el rock, pasando por aquellos folklores rurales, la inconfundible canción urbana bohemia, el tango, el jazz, los ritmos contemporáneos, hasta la música más académica. A través de tres trabajos discográficos (Nictógrafo -2008-, Miniatura -2011- y Unas horas -2013-) y uno en plena formación, Lucio supo volver a la célula madre, retomar contenidos y formas y construir su propia micro-escena dentro del multifacético largometraje de la canción argentina.
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Ph: Gaspar Bochaka
Las siluetas de quienes conformamos esta extraña cofradía de miércoles por la noche, se transforman en sombras cinéticas a la luz de los reflectores. Unas palabras en el más tierno portugués, nos remiten a Livros de Caetano Veloso que Lucio sabe entonar con decisión en ese entrecruzamiento de culturas y lenguajes vecinos. Inspirado por las balsas del Brasil y un espíritu que recuerda a Chico Buarque, Lucio traza los sonidos de Lunar, que describen con la fuerza de un cuadro los destellos del sol, de la luna, los reflejos y el fulgor de la luz. “La primera vez que hice esto que voy a hacer ahora, fue acá en Córdoba” dijo. Y se despegó de su silla. De pie frente a nosotros, a viva voz y a guitarra desconectada, nos enamoró con Nadie en el Espejo, en un formato orgánico y despojado, en alianza perfecta con nuestras voces que completaban y construían la canción. Llegó lo nuevo, Deshielo, un estreno que forma parte del actual disco que Lucio prepara con paciencia y talento infinito. Pasando por Punto de Fuga, y Bailar con tu sombra, llegaron Panacea y La Sed Verdadera y con ellas la ineludible referencialidad con aquél que fue punto de apoyo, de comparación, pero siempre faro guía de muchos otros que vinieron después: Luis Alberto “el Flaco” Spinetta.
Letras plagadas de metáforas flotantes, de sonidos transparentes, de texturas, de poesía, de fusiones. Lucio llegó para sosegar las mentes alteradas de la ciudad, para atravesarnos, para reencontrarnos con nuestro costado poeta, con nuestra sensibilidad más cristalina, con el centro de la Tierra que nos atrae, con el magma musical que nos enciende. Y para volvernos a encontrar, una vez más, en la profundidad de nuestras raíces.
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