Noviembre suele ser ese mes en el que todo tiene otro sabor, otro aroma, todo se disfruta un poquito más: son los exactos 30 días que anteceden al último mes del año. Todavía no entramos en pánico y la histeria colectiva no realiza aún su acto final, sino que se introduce de manera más sutil, lenta, casi inadvertida. Pero además de ese extraño relajamiento pre-fin de ciclo, noviembre vino gloriosamente cargado con una oferta musical imposible de rechazar. Y en una noche de viernes, llegó esa banda que sin dudas se aguardaba con ansias irrefrenables: The Drums.
Si, muchos los esperaban con algunas dudas porque la última vez que los muchachos neoyorquinos pisaron suelo argentino, eran mucho más que dos: cuatro para ser matemáticamente precisos. Y las metamorfosis en las formaciones musicales, muchas veces implican un cambio íntegro, profundo que no siempre es visto con buenos ojos. Pero como todo en esta vida, era sólo cuestión de tiempo y de escuchar, por uno mismo, cómo iban a contra-atacar y apoderarse del escenario.
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Fotos: Camila Quillay
El público ya estaba acomodado en Groove, listos para la acción y la expectativa ya se hacía notar entre la gente. Alrededor de las 22 horas, uno de los reflectores indagó en la cara algo tímida de Jacob Graham que se desplazó hacia el frente del escenario para robarse todas las miradas con su mega sintetizador. Y enseguida apareció Jonny Pierce, con su característica campera colorada, que parece acompañarlo a sol y sombra desde la grabación de Me and The Moon. La música empezó a sonar y Graham se hizo uno con el personaje mientras manejaba el sinte con la concentración de un director de orquesta. Jonny Pierce comienzó su metamorfosis: desde el típico frontman de la banda, a una especie de odalisca del inframundo que nos hipnotizaba mientras cantaba get back in the car…. get back in the car. Así, Los Drums abrieron la noche con uno de los temas más oscuros de su último trabajo discográfico: Encyclopedia.
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Fotos: Camila Quillay
Y por si algunos creyeron que no iban a poder solos, los chicos de Brooklyn (con dos muchachos menos que la última vez) en sólo 3 minutos sumergieron a todo Groove en una profunda nube de música narcótica, de esa que eleva mentes y las conecta. Más tarde llegaron a la fiesta, dos viejos conocidos Let me y Me and the moon. Pero todos nos hicimos realmente amigos cuando Jonny Pierce empezó a cantar I want to buy you something but I don’t have any money, mientras se golpeaba el bolsillo vacío y el pogo se descontrolaba en clara correspondencia, en la complicidad de lo intensamente simple. El frontman nos agradecía en un esforzado spanglish y el público mimaba ese intento, desde el grito de la eterna enamorada del fondo hasta la demostración más solemne del amor argento: el típico olé, olé, olé, The Drums, The Drums.
Sonó How it ended, que pretendía ser la última, la del cierre, la que nos cuente cómo todo terminó. Pero las palmas no se hicieron esperar y los muchachos volvieron a las tablas para despedirse, esta vez, de verdad. Tocaron tres temas enormes, virtuosos: Forever and ever amen, Let’s go surfing y nos dejaron queriendo mucho más con Down by the water. Y así, llegó esa indefectible señal del punto cúlmine: las luces de Groove se prendieron, brillaron y nos invitaron a volver a casa. Y a esperar que la próxima visita, no tarde tanto en llegar. Es noviembre. Escuchamos New York. Somos Buenos Aires. Son Jonny y Graham sacudiendo el espacio. Ellos: The Drums.
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