Qué podemos aprender de Daft Punk

por Jopi Heinz

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Daft Punk siempre fue una buena puerta de acceso a la música electrónica. Para ese amigo al que géneros como el techno o el house no le decían nada y que creía que un dj sólo era una persona que movía perillas de forma aleatoria, la dupla formada por los franceses Thomas Bangalter y Guy-Manuel de Homem-Christo era un buen argumento para intentar cambiar su percepción. No es que hubiera que forzarlo a modificar sus ideas, desde ya, pero muchas veces el entusiasmo por otras músicas −el rock, en mayor medida− impide ver que la electrónica se maneja con dinámicas y energías distintas. Por suerte, ahí estaban los Daft Punk para conectar esos planetas.

Es cierto que no eran los únicos para esos propósitos. Varios otros artistas cumplieron esa misma función: uno podía llegar a esos sonidos gracias a la música disco o al synthpop, pero eran aproximaciones específicas, destinadas a satisfacer gustos concretos y asimilados, como los descubrimientos que nos provee el algoritmo de Spotify. Quiero decir, si te interesaban bandas de estéticas oscuras, era casi natural que te atrajeran grupos como Nine Inch Nails o el Depeche Mode post Violator. Y si creciste escuchando Madonna o Michael Jackson, el sonido líquido y sensual del house puede conectar con tus gustos previos de inmediato.

Pero Daft Punk conecta con todos esos sonidos de una manera singular por su forma de entender la producción musical, un camino escalonado que los llevó a experimentar por terrenos distintos y con resultados geniales en casi todos los casos. La de los franceses fue una evolución permanente, una música que avanzaba en paralelo al aspecto visual, como si los robots actualizaran su sistema operativo en cada álbum.

Su debut con Homework (1997) tal vez sea el preferido de los amantes clásicos de la electrónica, pero es Discovery (2001) el que abre el espectro y habilita a toda una generación a disfrutar de su música hi tech, brillosa y emocional. El uso virtuoso del sampling en este trabajo los revelaba como melómanos con certificado de autenticidad (hay que recordar que Francia tuvo una escena de música disco muy fuerte en los ‘70), pero también como nerds educados por películas e historietas (la conexión de esa música con los videos animados que terminaron en Interstella 5555), lo que daría como resultado una base muy variada de fans, desde ravers proletarios hasta oficinistas vestidos con Armani.

Y está el detalle fundamental de usar cascos, menos un recurso de anonimato que una fantasía: en sus discos y sus conciertos, Daft Punk eran dos personajes de ficción. Incluso en sus colaboraciones como productores (con artistas como Kanye West o The Weeknd), los alquimistas del audio son dos robots y no un par de franceses con talento y buen gusto.

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Esa estética (y ética) visual marcó un eje en la cultura popular, como se ha señalado más de una vez, en la gira que la dupla ofreció a comienzos de siglo y que quedaría registrada en el álbum Alive 2007. La historia, resumida, es así: el festival californiano Coachella crecía con el correr de sus ediciones y abrazaba a la electrónica como un género en expansión. Sus promotores querían tener a Daft Punk, pero les costó varias ofertas hasta que el dúo aceptó actuar en 2006, bajo una estricta confidencialidad con respecto a su presentación (buena parte del caché iría a la puesta en escena, que no se develaría hasta el momento del show).

Human After All (2005), su tercer disco, estuvo lejos de provocar la euforia de sus trabajos anteriores, y ese aire de misterio en cuanto a su actuación hacía presagiar algo similar a una revancha. Por eso, cuando apareció la pirámide lumínica sobre el escenario Sahara (ocho metros de altura, repleta de pantallas led), la industria del entretenimiento cambió para siempre.

Jay Z le reconoció a Homem-Christo que aquella pirámide fue una influencia decisiva para la gira Watch the Throne que llevó adelante con Kanye, una de las alianzas más poderosas en la historia del hip hop. Y también fue la piedra fundacional de lo que poco después se conocería como EDM: pop electrónico manufacturado por djs, con grandes featurings y ya indivisible del aspecto visual. Nombres como David Guetta, deadmau5, Avicii y Skrillex, entre muchos otros, reconocieron explícita o implícitamente su deuda con aquel espectáculo de Daft Punk. “Les cambió la vida, incluida la mía, para siempre”, reconoce Steve Aoki en Coachella: 20 Years in the Desert

En otro momento del documental, Tiësto desliza una teoría interesante: tan pronto como las redes sociales se masificaron, también lo hizo la EDM, porque hasta entonces los medios de comunicación masivos no le habían dado a la electrónica el protagonismo que sí le otorgarían los usuarios de Facebook, Twitter o Instagram, una suerte de nueva democracia en la legitimación de escenas culturales.

En su libro Loops 2 Loops 2, Javier Blánquez complementa esta mirada: “El concierto de Daft Punk en Coachella no sólo demostró que un espectáculo dance podía ser mejor que cualquier concierto de rock si el nivel de producción era superlativo, sino que inauguró la era del consumo social de la música en directo”, escribe el periodista y crítico español. “Aún faltaba un año para que Apple comercializara el primer iPhone, pasarían tres meses hasta que se inaugurara oficialmente el servicio de Twitter, Facebook era aún una red social joven y ni siquiera existía Instagram, pero el concierto de la pirámide se convirtió en un acontecimiento comentado en el momento que saltó a la blogósfera en cuestión de minutos, y las cámaras de los dispositivos móviles −por entonces caros y de baja resolución− escupieron en cuestión de horas miles de clips grabados durante la actuación, subidos a YouTube sin demora”.

Daft Punk apadrinó de manera involuntaria una revolución cultural. Y cuando lo empezaron a notar, no les gustó demasiado.


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Ahora que sabemos que Random Access Memories (2013) es su canto de cisne, la gran lección que deja Daft Punk, al menos a mi modo de ver, es que se puede cambiar de dirección de manera radical sin perder la personalidad. Incómodos con el tutelaje a la mayoría de las figuras de la EDM, Homem-Christo y Bangalter optaron por volver a las raíces: se encerraron en su estudio parisino, se equiparon con máquinas analógicas y se propusieron volver a darle vida a la música, como reza el track de apertura de su último álbum de estudio.

En su legendaria entrevista con Jonah Weiner para Rolling Stone, Bangalter decía que la música electrónica popular había perdido su identidad y la comparaba con una bebida energizante: agresiva, híper estimulante, el equivalente sonoro al sacudón físico. “Escuchás una canción: ¿De quién es? No tiene nada distintivo. Todos los que hacen música electrónica tienen las mismas herramientas y plantillas. Escuchás y sentís que se podría hacer en un iPad. Si todos saben todos los trucos, ya no hay magia”.

Para devolverle la emoción y el toque humano a su música, Daft Punk hizo un ejercicio de enciclopedismo y en el camino reclutó a varios cómplices: leyendas como Giorgio Moroder o Nile Rodgers, amigos como Todd Edwards y músicos del siglo 21 como Julian Casablancas, Pharrell Williams o Panda Bear. El resultado fue un disco clásico apenas se publicó y, como tal, despertó innumerables debates. Es quizás el más barroco y menos bailable de sus trabajos, una reivindicación de géneros como el AOR y la música disco, sin tanto sampling y con más nervio analógico.

Un cambio de dirección notable para un proyecto que, en ese momento, podría haber editado cualquier cosa y aun así ser celebrado por millones de fanáticos jóvenes fascinados con su ideario de ciencia ficción. Pero los Daft Punk amaban la música y querían demostrarlo con un disco que le debiera más a su colección de discos que al Ableton Live.

Más allá de algunos trabajos esporádicos con otros artistas en los últimos tiempos, Random Access Memories fue su despedida. Deberíamos haberlo intuido con ese final apoteósico de Contact, que durante años fue la banda sonora de una película imaginaria en mi cabeza hasta el 22 de febrero pasado, cuando el dúo publicó su video de despedida, una versión sci fi de la máxima rockera que asegura que es mejor arder que apagarse de a poco.

Ojalá vuelvan algún día. Si algo tienen de bueno los robots es que no envejecen.