por Yanina Guiñazú
El deseo imperante de volver a verte, que me arrastra en múltiples direcciones durante el día (y en las noches), que escala en mi cuerpo desde los pies y hasta la cabeza (sube y baja), que me mantiene erguida y me hace perder de vista todo lo demás, en algún momento se va a terminar.
El sueño recurrente y real, en el que me apoyo con la violencia de una estampida en el calor de tu pecho oculto debajo de tu sweater amarillo (y que tiré a la basura después de que te fuiste), en el que tu ser enorme y tu impresionante figura (en la que mi admiración no entra ni por casualidad y mi amor envuelve hasta el infinito), mi sueño que termina en lágrimas en esta dimensión y que solo se limita por la dureza del eco de tus palabras está a punto de morir, en cualquier momento.
De a poco olvido tu cara llena de perfecciones y me abandona el amor por tus piernas talladas por los caminos errantes, de a poco olvido tu voz contándome cuentos de Edgar Allan Poe en la oscuridad de aquel cuarto compartido, sutilmente me abandona el sabor de tus lágrimas, las más sentidas en este universo de cartón y me olvido del sabor de tus sanguchitos en mis madrugadas de alcohol y el gusto de tus mates y de tus purés en mi enfermedad. Ya casi no recuerdo el color de tus ojos de bosque después de la lluvia, ni la intensidad de tus risas, ni lo feliz que yo era viéndote comer todo lo que cocinaba y leer todo lo que escribía, ni cuando me tocabas la puerta y venías a morir conmigo, a refugiarte de la superficie en la profundidad de nuestra calma llena de pinturas y vinos y Miles Davis.
Te estás yendo de mi mente después de mucho tiempo, con el dolor de la mutilación y de que el devenir te arranque por la imposibilidad de que el mundo no nos muerda los talones. Te estoy perdiendo finalmente porque, aunque por vos me prendía fuego y me reinventaba mil veces, me negaste la posibilidad de encontrarte y con mucha decisión te borraste de una vez y para siempre.
Acabarán las señales que traen tu nombre a todos mis espacios, olvidaré tu número de teléfono, se quemarán los libros regalados y no existirá nada más que me recuerde a vos, salvo mis ganas de vivir, el saber abrir una lata, el truco para sacar el olor a cebolla de las manos, el café intenso, todos los lugares recorridos, un disco póstumo de Spinetta sonando en algún bar, las camisas, los Marlboro box, los peronistas, y cada cosa que haga intentando no morir infeliz.
Te vas a ir finalmente de mi, solo espero contener por siempre las ganas de irme con vos.
Yanina Guiñazú (General Pico, La Pampa, 1996)
Es estudiante avanzada de la Licenciatura en Comunicación Social de la UNLPam y ha realizado diversas colaboraciones en medios gráficos locales. Actualmente reside en Santa Rosa, desde donde escribe su blog Las Enseñanzas de la Llanura.
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