Que sea rock Cosquín

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Quizás sea porque su muerte nos había agarrado de sorpresa dos días antes. O quizás porque todos esperábamos verlo sobre el escenario cantando con su hijo Dante o el mismísimo Charly. Lo cierto es que Cosquín Rock se plagó de homenajes – intensos, sentidos, profundos – para El Flaco; y su presencia se sintió en cada una de las canciones que cantaron en su nombre. Así llegábamos al predio de Santa María el viernes: con la certeza de pasar una tarde escuchando música de la buena pero con la incertidumbre de no saber quién se animaba a cantar “Todas las hojas son del viento”, “Ana no duerme” o quizás “Muchacha”.

El primero que se animó a romper con la incertidumbre fue Walace de Masacre cuando arrancó entonando “Ana no duerme” y la gente quedó como petrificada en ese campo que durante toda la noche escucharía volver una y otra vez ese nombre que nadie decía, porque con un apodo bastaba.  El recorrido de Masacre fue incierto de principio a fin, cantaron temas del nuevo disco intercalados con temas viejos rodeados por las preguntas de Walace: “Zaira ¿víctima o victimaria? ¿Dónde está Cumbio? ¿Dónde está el Badajoz?” y sus singulares agradecimientos: “gracias mi amor” “gracias mi corazón, son hermosos”.

La noche empezaba a caer sobre el costado de la montaña cuando los IKV llegaron al escenario para recordarnos lo bien que sonaban Dante y Emmanuel juntos. Enfundados en negro, los Illya Kuryaki tocaron el más puro funk del rock argento y no dejaron a nadie sin mover el coolo, mientras repasaban su repertorio de hits noventosos. Las alusiones al Flaco llegaron de la mano de Dante, que casi con timidez dijo un “gracias papá” y movió a la gente a corear “flaco, flaco, flaco…”

Ya bien entrada la noche llegó el turno de la Calle 13, y la hermosa versión de “Todas las hojas son del viento” cantada a capella por la hermana de Visitante, Ileana Cabra. El set de los puertorriqueños arrancó con “Calma Pueblo” y siguió con canciones como “Baile de los pobres”, “La Bala”, “No hay nadie como tú” y llegó al clímax cuando cantaron “Latinoamérica”, ayudados por un coro de mil personas que empuñaron sus celulares para alumbrar la montaña.

Cuando el set llegó a su fin, entraron en escena Las Pastillas del Abuelo, una banda de rock barrial seguida por adolescentes y algunos fanáticos de la mezcla rockera/popera. Pasada la medianoche se apagaron las luces, la luna se asomó por encima de la montaña y comenzaron a sonar las canciones de Charly. Sobre el escenario sonó para abrir “Rezo por vos” dedicada a “esa gran persona, el mejor de todos”, y un Charly que supo hacer lo suyo en el piano.

En un recital que duró más de dos horas se tocaron canciones viejas – viejísimas – y muchas otras que ya no nos acordábamos que eran de él: “Rasguña las piedras”, “Canción de Alicia en el país”, “Asesiname”. Pero todos esperábamos los clásicos que llegaron a su debido tiempo para emocionarnos y poguearlo todo, por supuesto.

40 mil personas sentimos esa noche a un García recuperado, con una gran banda que le hace el aguante y un espíritu surrealista renovado.  ¿Lo mejor de su recital? El final: cuando mientras arriba del escenario se entonaba “Hubo un tiempo que fui hermoso/y fui libre de verdad…”, miles de personas salíamos por el camino de tierra que conecta el pueblo con el predio y fue ahí, en esa caminata donde el ruido de los pasos se mezclaron con las voces que cantaban bien bajito y despacito, pero lo suficientemente alto como para que lo escuche El Flaco.

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