Jueves 2 de Julio. 19 30 hs. La docta, ciudad de locos corazones, se vio sumergida en una tormenta sorpresiva y fugaz que desgarró el cielo en color rojo y borró lo gris.
La cita con Juan Ingaramo y La isla Común era impostergable. Casi como si el universo pidiera respeto por la música, la lluvia cesó y el cielo se abrió en un azul profundo con una luna tan intensa como el espectáculo que iba a presenciar el Auditorio Luis Gagliano.
Con gente sentada hasta en el piso y otra aún llegando, arrancó la previa con La isla Común que nos hizo pasear por un repertorio dinámico y diverso, como una montaña rusa sonora. Distendido, su show contempló letras que nos hacen reír, pensar, identificarnos y querernos más.
Pero la noche recién arrancaba y esto seguía. Seguía con lo que esperábamos.
Juan Ingaramo, de remera negra y sonrisa gigante, pisó el escenario con el aplauso feliz del público y se sentó en el teclado. Debajo de uno de sus pies había una pandereta. Sí, así de mágico. Y no estaba solo, lo acompañaba Eduardo Valdés con una guitarra criolla, el maridaje perfecto.
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Ph: Mili Gamboni
El repertorio empezó con temas de Pop Nacional -su primer disco solista, del año 2013- enmarcado en una pantalla de fondo en dónde siluetas de humanos se besaban una y otra vez, sin importar su sexo, ni su edad ,ni su piel: esa que cambiaba de color constantemente. La voz dulce de Juan, su complicidad y el sentimiento que transmite, puso la piel de gallina a todos los presentes, que de un momento a otro se transportaron a una fantasía en dónde abrazarse era el deseo principal.
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Ph: Mili Gamboni
El momento de los covers llegó con su proyecto Tunga Tunga, reversionando canciones de cuarteto icónicas en su estilo particular, re-significador del pop y con tintes de cuna argentina muy claros. La Mona Jiménez, Rodrigo y Banda XXI están entre los elegidos de Juan Ingaramo para hacer magia con sus notas. La gente coreando y él sonriendo con el calor de esa devolución, en un latido más de un show grandioso.
Con un aplauso cerrado y una sencillez enorme, el lugar se fue vaciando de gente pero no de la intensa energía vivida. ¿La sensación? Alegría, paz y ganas infinitas de abrazar al mundo. Con brazos, con canciones, con labios. No importaba.
Lo urgente, lo necesario, era compartir ese calor interno que contagiaba la llama de Juan.
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