CAPITAL CREATIVO – Alerta ecológica: manifestaciones desde el arte en la historia


por Capital Creativo

El 16 de marzo de 1944, en plena II Guerra Mundial, el avión de combate del soldado Joseph Beuys -piloto de la Luftware (fuerza aérea alemana)- se estrella cerca de la aldea Známenka del Raión de Krasnogvardeyskiy, Crimea. Milagrosamente Beuys no muere en el accidente pero queda muy malherido en una zona de temperaturas casi polares. A punto de morir congelado, es encontrado por nómadas tártaros quienes, tras rescatarlo, lo envuelven en fieltro y grasa de animales, logrando así evitar su muerte. 

Culminada la guerra, Beuys estudia Bellas Artes en Dusseldorf, donde más tarde también sería profesor de escultura. En 1962 comienza sus actividades con el movimiento neodadá Fluxus, del que llegó a ser el miembro más significativo y famoso, papel que lo lleva hoy a ser destacado como uno de los referentes más importantes del arte conceptual. Se puede decir que, marcado a fuego -o mejor dicho “a hielo”- por su accidente,  Beuys entendió el arte como un proceso que fluye en vínculo permanente con la vida, poniendo de manifiesto en sus obras el débil equilibrio entre el hombre y la naturaleza.

Tres décadas más tarde de que su avión se estrellara en Crimea, Beuys vuelve a subir a otra aeronave pero esta vez para aterrizar sano y salvo en suelo norteamericano. Allí lo esperaba una camilla y una ambulancia.  El artista se envolvió en una manta de fieltro (similar a la que le había salvado la vida en Crimea) para ser trasladado hasta la galería de arte René Block de Nueva York donde lleva a cabo su performance “Me gusta América y a América le gusto yo” en la cual compartiría una habitación con un coyote. Beuys convivió tres días con el animal salvaje entre materiales como papel, fieltro y paja que constituyeron el vehículo de su creación. Día tras día, el artista apilaba periódicos estadounidenses, símbolo del capitalismo de ese país, a medida que él y el coyote se iban acostumbrando el uno al otro. La obra culmina en sala con un abrazo entre Joseph y este animal tan icónico del suelo norteamericano.  

Luego, envuelto de la misma manera que ingresó a la galería y nuevamente sobre la camilla,  vuelve al aeropuerto para tomar un vuelo de regreso a su Alemania natal -técnicamente- sin pisar territorio americano debido a su postura en contra de las políticas estadounidenses de colonización y devastación de otras culturas. 

Esta performance planteó como búsqueda, entre otras, “curar” a Estados Unidos del trauma causado por uno de los genocidios más grandes de la historia, el perpetrado hacia los nativos americanos; pero también puso de manifiesto la reconciliación entre la cultura y la naturaleza. La comunión entre el arte y la vida, una acción que pone el proceso como obra y nos habla del equilibrio entre el hombre y su entorno natural.. 

Verde que te quiero verde

Siguiendo esta línea donde se alerta artísticamente la relación entre las personas y la naturaleza, el 29 de junio  de 1968 un artista argentino radicado en Francia, se sube a un tren, dejando atrás los primeros ecos del mayo Francés del 68, que lo lleva desde París a Venecia. 

Este artista se llama Nicolás Uriburu y, tras varios meses de investigación, viaja a la Bienal de Venecia con una sustancia extraña entre su equipaje. Una vez en la emblemática ciudad italiana, Nicolás  se sube a una góndola y, con la ayuda de un gondolero amigo,  comienza a verter la sustancia al agua que comienza a teñirse de verde fluorescente. Como en el caso de Beuys, aquí vemos otra vez la acción como obra, la naturaleza y el arte en comunión.La Coloración del Gran Canal” no solo significaba el  verde como una señal de alerta ecológica, sino también de esperanza. 

Esta obra, tan potente como efímera, se realizó en el marco de la Bienal de Venecia en 1968 y su imagen dio la vuelta al mundo en muy poco tiempo. Un acto irreverente, ya que Uriburu no  había sido invitado oficialmente por ninguna institución a la Bienal, la obra logró mayor protagonismo que todas “las oficiales” y un impacto que aún perdura.

 

Esta misma acción se realizó treinta y cinco años más tarde, en Buenos Aires el día 22 de marzo de 2010, en conmemoración al día internacional del agua.  Uriburu, junto a la Organización Ambientalista Greenpeace, tiñeron de verde las aguas del Riachuelo.  La obra se llamó “Utopía del Bicentenario (1810-2010) 200 años de Contaminación”.

En 2016 antes de su muerte Nicolas Uriburu decía:  “Asumo mi arte como una forma de militancia (…) Sobre estas cosas hay que pronunciarse una y mil veces porque siempre hay nuevas generaciones que tienen que escucharlo. La urgencia ambiental más grande que tenemos es cambiar el pensamiento de la gente”.  

¿Y por casa cómo andamos?

En sintonía, Noesasí (Noelia Correa) en 2015, lleva a cabo “Residuo de una operación mental”. La obra consistía en la recolección de botellas de plástico de la vía pública durante un período de 40 días, en jornadas de 8 horas; iterando la idea de trabajo formal asalariado de nuestro sistema. Mientras tanto, estas botellas iban siendo acumuladas en las salas de exposición del Cabildo de Córdoba, construyendo una suerte de “paisaje contemporáneo”.

Esta instancia, en que llevó las botellas recolectadas en la vía pública al orden de la exposición, replanteó el lugar y su transformación del estado natural de orden dado por nuestra cultura. La acción, tan simple como contundente hizo reflexionar sobre el uso de materiales contaminantes que las personas usan diariamente. 

En una de sus salas se leía: “Poner el cuerpo para aprender desde la experiencia. Poder cuantificar el poder de un individuo; la realización de impacto”.

Cuando no hubo más espacio en las salas de exposición la muestra se extendió a la Plaza San Martín en un cubo de 12 metros x 20 metros completo de botellas apiladas. 

Así, Noesasí no sólo transformó el lugar de exhibición y de contemplación de “obras de arte” cómo está sala de exposición,  en un espacio lleno de botellas vacías recolectadas en la calle,  sino que también interpeló al transeúnte que pasaba por la plaza San Martín y chocaba con ese ensamblaje de “residuos generados por las personas”. Esta obra tuvo como efecto primario pensar cómo cada acción repercute en nuestros paisajes y cómo estos se modifican según nuestro poder de destrucción. Estamos una vez más ante la relación de la cultura y la naturaleza, la comunión de arte y la vida. El proceso de construcción ante la obra obra terminada. 

A cien años del nacimiento de Jopeh Beuys estas instancias de acciones artísticas donde el arte como muestra del débil equilibrio entre la cultura y la naturaleza, nos hacen repensar el consumo diario que tenemos, qué hacemos con el ambiente que habitamos y cómo lo habitamos. Sin duda abordar la problemática ambiental desde el arte funciona como un detonador de conciencia, es una traducción  de datos científicos a formas creativas.