Frida Kahlo, surrealismo y entrevista imaginaria

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Estoy segura que al leer Frida Kahlo en el título de esta nota muchos se acordaron de la uniceja y el prominente (e inocultable) bigote. Otros seguro pensaron en Diego Rivera y no en Friducha. La mayoría se acordará de Salma Hayek, mientras que otros tantos la recordarán como una mujer que no paró de sufrir. Lo cierto es que todas esas imágenes son ciertas, pero a mí me gustaría sumar algunas más: Frida mujer, amante, rebelde, comunista, revolucionaria, mexicanista, intelectual, poeta, artista. Y es que podemos ser tantas cosas en la vida Friducha.

Frida, que en realidad figuraba en su DNI como Magdalena Carmen Frida Kahlo, nació y murió en Coayacán, en 1907 y 1954 respectivamente. Alguna vez ella dijo que en su vida había sufrido dos grandes accidentes: “uno fue en un tranvía y el otro fue Diego”. Sí, ese Diego. Rivera, Diego. Y curiosamente, uno llevó al otro.

Cuando tenía apenas 18 años y despuntaba para ser una futura médica, Frida sufrió un primer accidente que la hizo peregrinar por hospitales, pasar por 32 operaciones y 3 abortos. Pero el destino no siempre es tan cruel Friducha y fue por ése primer accidente que empezaste a pintar: “Mi padre tenía desde hacía muchos años una caja de colores al óleo, unos pincelesy una paleta en un rincón de su tallercito de fotografía y yo le tenía echado el ojo a la caja de colores, aunque no sabría explicar el porqué. Al estar tanto tiempo en cama, enferma, aproveché la ocasión y se la pedí a mi padre. Mi mamá mandó hacer con un carpintero un caballete que podía acoplarse a la cama donde yo estaba, porque el corset de yeso no me dejaba sentar. Así comencé a pintar mi primer cuadro, el retrato de una amiga mía”.

La historia con Diego había empezado en 1922, cuando la estudiante de medicina Kahlo había observado al artista en acción, realizando uno de sus murales. En 1925 Frida tuvo su primer accidente y en 1928 decidió arremeter con toda su fuerza contra la pared cuando en las reuniones del Partido Comunista Mexicano, la Frida artista le mostró sus trabajos a Diego. Un año más tarde se casarían, él juraría lealtad y no fidelidad, ella juraría por el perdón irrenunciable. Condena asegurada Friducha.

Entre 1931 y 1934, la pareja vivió en Estados Unidos y fue una de las etapas artísticas más productivas para Frida. Producto de su segundo aborto comenzó a trabajar en una serie de obras que se caracterizaron por exaltar lo femenino en todas sus formas: la crueldad del género, la pena, el dolor, la sexualidad, la maternidad.

¿Cuál es el mensaje de tu obra Frida? Mi pintura lleva dentro el mensaje del dolor. La pintura me completó la vida. Perdí tres hijos. Todo eso lo sustituyó la pintura.

Más claro imposible.

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En 1935 Frida y Diego decidieron volver a México. Dicen que por este entonces Diego, el que había jurado lealtad y no fidelidad, tuvo y mantuvo como amante a Cristina, ¿Qué Cristina? La hermana menor de Frida, esa Cristina. Dicen también que Frida se enteró, pero lejos de armar escándalo o llorar a mares, ella decidió tener amantes también. De todos ellos algunos fueron efímeros, pero hubo uno, uno en particular que si le preguntabas por él, ella contestaba que “el diablo es rubio y en sus azules ojos dos estrellitas encendió el amor, con su corbata y sus calzones rojos, el diablo me parece encantador”. Gran definición, gran del Señor Trotsky.

En 1939 después de mucho reclamarle a Diego “Aquí estoy para perdonarte; que aquí estoy para amarte y tu, ¿dónde estás, Diego, dónde estás?”, Frida se distanció de su segundo accidente, viajó a Europa invitada por Bretón para exponer en París, conoció a Picasso, salió en la portada de Vogue y cuando volvió a México arremetió contra la pared y volvió a jurar por el perdón irrenunciable. Después de esa muestra, Bretón calificó a Frida como una surrealista de pura cepa y ella, rebelde, le contestó: “Realmente no sé si mis pinturas son surrealistas, pero sí sé que son la más franca expresión de mí misma, sin tomar jamás en consideración ni juicios ni prejuicios de nadie. Nunca pinté mis sueños. Pinté mi propia realidad

Corría la década del ´40 y para ese momento Frida ya era la que hoy conocemos: la de los trajes tehuanos, los labios rojo fuego, las flores en la cabeza y los adornos aparatosos. Su obra recorrió en esa década los museos más importantes de Estados Unidos y para cuando llegaron los ´50, su amor con Diego había resurgido “Ahora quiero a Diego más que nunca, el día que Diego se muera, yo también me moriré con él, no pienso vivir sin él porque Diego es todo para mí. Diego-principio Diego-constructor Diego- mi niño Diego-pintor Diego-mi amante Diego-mi esposo Diego-mi amigo Diego- mi madre Diego-mi padre Diego-mi hijo Diego-yo Diego- universo.”

1953 fue un año completamente olvidable para Frida. A la primera muestra individual que le organizaron en México, asistió sobre una cama de hospital porque hacía poco le habían hecho la operación #32 resultado de ese primer accidente y algunos meses más tarde sufrió la amputación de una de sus piernas, lo que la dejó sobre una silla de ruedas y con una depresión mundial: “Mi cuerpo es un marasmo. Y ya no puedo escapar de él. Mi cuerpo va a dejarme, a mí, que he sido siempre su presa. Presa rebelde, pero presa. Sé que nos vamos a aniquilar mutuamente, y así la lucha no habrá dejado ningún vencedor. Quizás sea mejor acabar.” Y lo de quizás sea mejor acabar, no era ninguna metáfora: tuvo más de tres intentos de suicidio en los últimos 6 meses de vida.

Al final Frida se fue en julio del 54 con media pierna menos, con un espíritu infranqueable, coja y rota por dentro. Dejó sobre la tierra sus obras, su amor por Rivera, su rebeldía, su compromiso y su efímero pero consistente recuerdo. Las últimas palabras anotadas en su diario son las palabras con las que yo elijo terminar: “Espero alegre la salida y espero no volver jamás. Recuerda que cada (tic tac) es un segundo de la vida que pasa y que no se repite, hay en ella tanta intensidad, tanto interés, que solo es el problema de saberla vivir. Que cada uno la resuelva como pueda.”

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