PDF: Cristales Helados

Por Celina Pedernera

Marión observa el paquete de galletas con forma de estrellas. De fondo, un dibujo que hizo Kellen, su hijo mayor, a los 5 años. Arriba, los cuernos del ciervo que cazó el marido cuando llegaron. Sobre la viga de madera, la bola cristalina con partículas blancas y la estación de tren de tejas rojas. No quiere acercarse a ella, intenta distraerse mirando el agua en la ventana. En un impulso toma la bola de vidrio con su mano de dedos largos y la agita, como se supone que haría cualquiera. Los copitos caen, resbalan sobre la estación de tren, ruedan sobre las tejas, se acumulan en las vías, congelan el aire. 

La familia completa camina rápido por el andén. El padre lleva una valija marrón. Ella tiene un abrigo oscuro, y a los niños de la mano. No tiene equipaje –el objetivo es irse lo más rápido posible–, sólo una cartera con los documentos falsos. Miran al piso, no se cruzan con nadie. Temen haber sido delatados. Se agitan y sale humo de sus bocas. Ella evita mirar las caras de los demás transeúntes. Es la misma estación de tren a la que llegó cuando era estudiante. Completó la beca de la Facultad de Artes, se enamoró del marido, tuvo a sus hijos. Nunca pensó que tendría que volver.

Un tren se pone en marcha, el guardia toca el silbato para dar aviso. El marido se acomoda el sobretodo y tironeándola del brazo, empieza a correr. Los tacos repican sobre los mosaicos grises de la plataforma. Los niños, ambos con idénticos sweaters verdes, intentan seguir a los padres, que finalmente suben los escalones de lata despintada. El padre logra pasar la valija entre los pasajeros amontonados en el corredor. Ya no respiran el aire gélido, se mezclan entre la gente, se sacan los gorros de lana. “¿Estás bien?”, le pregunta al hijo mayor. “Jakob”, dice él. Es su hermano, el pequeño, no está con ellos. “¿Jakob?”, se sobresalta ella. Iba de la mano del mayor. Habían hablado de la necesidad de no soltarse las manos, de la obligación de seguir a papá sin hablar. Corre al pasillo, la puerta automática no abre. La golpea. No quiere gritar, no puede permitirse reclamar la detención de la máquina para ir por su hijo. La puerta cede por fin y el tren empieza a moverse. “Jakob”, piensa ella, y siente que el nombre estalla en su cabeza como un cañonazo de cristales helados. Por el vidrio del acceso lateral ve al niño sobre la línea amarilla del andén. Ella se tapa la boca con las dos manos cuando el tren comienza a alejarse. El ruido metálico llena todos los espacios.

Entonces los copos de nieve dejan de caer. La viga de madera sobre la estufa arroja un crujido seco y el dibujo de Kellen se desliza un poco. Marión cree ver a través del grueso cristal, bajo el techo de tejas rojas, a un pequeño de sweater verde. Lleva a otro de la mano. Cómo puede ser, se dice. Es una hermosa mañana.


Celina Pedernera (Alta Gracia, 1982)
Nació un 15 de noviembre a las siete de la tarde. Estudió comunicación. Le gusta viajar, leer y escribir sobre lugares nuevos.

 


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