POSTAL, de Valdes

por Jopi Heinz

POSTAL, de Valdes. El tercer disco de los hermanos Edu y Pancho ofrece una declaración contundente de su búsqueda estética y su mirada del pop.

Aunque los adelantos podían sugerir otra cosa, Postal, tercer disco de Valdes, es el más reposado de sus trabajos, el menos inmediato y el más profundo. También se podría decir que es el más maduro, pero es un adjetivo aburridísimo para aplicar al pop electrónico. Digamos entonces que estamos frente a un saludable equilibrio entre el beat maquinal y el orgánico, un viaje de dos dimensiones auditivas que se acoplan muy bien y producen el efecto placentero de las piezas finales de un puzzle.

Es justamente esa última parte del trip la que genera el ear candy: después de unos midtempos sensuales y grooveros, la tríada final se enfoca hacia la pista de baile, como si lo anterior hubiera sido la antesala de la fiesta. Los tres últimos tracks (Todo lo que hicimos, Camino y Algo más) son los que concentran el mayor ánimo bailable, la marca registrada de los hermanos Valdés, presente ya desde sus comienzos. Podemos especular con que fue una decisión estética muy clara haber elegido a dos de esas canciones como los singles previos al lanzamiento del álbum.

En sus actuaciones en vivo la banda suele mostrarse en una versión extendida (con Tomás Luján y Rodrigo Lagos), además de contar con la asistencia permanente de Romina Alterman en todo lo relacionado a lo visual, pero Valdes es la ficción que forman Edu y Pancho Valdés, sus dos pilares. Y en este álbum, esa combinación se solidifica a través de composiciones que resaltan sus mejores cualidades musicales (un trabajo armónico que elude los lugares comunes del pop, una interpretación vocal sólida y emocional, un sonido muy contemporáneo).

Entre las fusiones rítmicas, los synthes gruesos y los bajos profundos, Postal se desliza a paso firme y contagioso. Suenan por allí guitarras con ecos españoles (Venir a la ciudad, Algo más), soundscapes que no desentonarían en películas o videojuegos (Sueño despierto), baladas para corazones en cuarentena (Teclas), colaboraciones oportunas (Chita, Juan Mango) y, desde luego, esos hits pisteros que en su cruzada por sonar modernos no pierden nunca la elegancia (las citadas Todo lo que hicimos y Algo más, con chapa de clásicas para cuando vuelvan los shows en vivo).

Tal vez la gema del disco sea Nada, ubicada apenas empieza la segunda parte de Postal, en la que las voces de Pancho y Mango resumen un estado de ánimo entre la melancolía y la resignación, y con una base musical a la altura del mejor synthpop: el de los ochentas, sí, pero aquel que siempre miró hacia adelante, hacia los sonidos del futuro.